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¿Por qué nos gusta lo que nos gusta? me preguntó un compañero el primer día de facultad. Con el tiempo supe, que con aquello que nos seduce construimos un vínculo emocional que hace que todo funcione mejor. Y cuanto más nos gusta eso que nos gusta, sin darnos cuenta, diseñamos a la par el propio punto de vista, nuestra forma de ver al mundo, un modo de pensar. 

Me gusta hablar del diseño a secas, más allá de categorías asociadas, abordarlo como un concepto neutro que amalgama la utilidad y la estética (como disciplina filosófica) en un sólo sistema creativo durante un proceso proyectual. La forma en la que los diseñadores pensamos - aún habiendo estudiado la carrera de Diseño Gráfico hace un largo tiempo atrás y bajo el formato de profesión aislada del resto de los diseños - es hoy una herramienta de gestión de experiencia que se manifiesta en forma de layers, capas que se complementan y agregan dimensiones en cada interacción. Como lo insinuaba Wittgenstein en el Tractacus tiempo atrás, los diseñadores no diseñamos cosas, diseñamos hechos. Porque nada de lo que hacemos está por fuera del contexto en el que se inserta ni de la articulación que tiene con las acciones de las personas que lo experimentan. Última y felizmente ha madurado la percepción y el uso del diseño hacia otras áreas. Entre los promotores más conocidos está el Design Thinking. Una práctica creativa que impulsa casi de manera obligada la colaboración e interacción entre disciplinas, enfoques y equipos. La meta: resolver con metodología problemas complejos y hacer que la vida de las personas sea más simple y mejor a través del diseño de productos, servicios y, en ocasiones, nuevas tecnologías. 

Vale la pena recordar que el Design Thinking favorece la idea de que aún en los entornos más ambiguos y flexibles, la innovación requiere de ciertas estructuras, y lo hace a través de un camino cíclico, en principio, de 5 etapas. No estaríamos innovando sino: 

  1. Empatizamos con las necesidades reales, las exploramos, las conocemos en profundidad y las analizamos; 
  2. Definimos retos, es decir desafíos con alcances específicos dentro de esas problemáticas identificadas; 
  3. Creamos y sostenemos espacios de brainstorming abierto y enfocado que contemple divergencias y convergencias; 
  4. Hacemos físicas las ideas, las esquematizamos y materializamos para brindar experiencias e interacciones genuinas;  
  5. Las probamos directamente con sus destinatarios.

Y si bien esta dinámica no es novedad y está instalada en varios ámbitos, la propuesta de laboratorios exploratorios dentro de las corporaciones para hacer mejor y ser mejores, está, en muchos casos, en sus inicios.

De productos y servicios a un modo de ser organizacional

De aquí la traducción de la gestión estratégica como la aplicación de principios del diseño orientados al futuro con escenarios posibles sobre los cuales actuar. Digamos que al seguir una línea de razonamiento que acepta el diseño conceptual (o a conceptos del diseño) como parte del plan y además entiende las motivaciones tácitas de las personas de antemano, genera alternativas que elevan las posibilidades de innovar.

El diseño de experiencias puede entenderse entonces desde este lugar y ser fidelizado como un eje organizacional, por qué no, el más importante. Es el que, por estos días, permite desmitificar la idea de que los servicios, en sí mismos, son una actividad intangible y destinada a actores externos, para convertirse en un espacio formal que potencia personas, infraestructuras, vínculos, producción y recursos con el único fin de mejorar la relación entre experiencias y usuarios, entre costumbres y colaboradores.

De aquí que el diseño, hoy, sea abordado en algunas organizaciones como Diseño Universal. Uno que democratiza la creación por y para todas las personas, en pos de simplificar el día a día. David Kelley, fundador de IDEO, compañía pionera del Design Thinking, lo resumió de la siguiente forma: “Por donde vayan, miren a su alrededor. Lo único no diseñado por una persona lo hizo la naturaleza, cada cosa que vemos ha pasado por un proceso de diseño, se ha inventado o mejorado para otras personas”.

Entonces… ¿por qué nos gusta lo que nos gusta? Ahora que sabemos de qué hablamos cuando hablamos de diseño, ¿por qué no empezar a ser diseñadores de nuestra cotidianeidad; de nuestros momentos de juego y recreación; de las conversaciones importantes; de las historias que contamos; de aquello con lo que queremos inspirar; de soluciones específicas? Pero también de nuevas formas de trabajo, de culturas y pensamientos que nos vuelvan agradable, liviano y atractivo todo lo que está por venir.

 

Por Paula Benardoni, especialista en Innovación de OLIVIA

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