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Se suele decir que la sociedad se anticipa a sus gobiernos y líderes. Los grupos que la integran suelen exigir y -en muchos casos implementar- los cambios que necesitan en ámbitos más chicos, como en las mismas empresas, antes de que los cambios se amplifiquen hasta alcanzar un impacto masivo.El set de valores, reglas y costumbres – la cultura de la organización – son lo que le sirven de base a una empresa para generar valor en su conjunto. Y son las empresas las que se ofrecen como un excelente campo de aprendizaje para entender qué nos exige el presente a la hora de pensarnos como sociedad y grupo humano. Especialmente en estos tiempos en los cuales el mundo se vuelve a encontrar frente a frente con una amenaza que creía erradicada para siempre.

La última edición del Foro Económico Global (WEF, por sus siglas en inglés) anticipó uno de los grandes desafíos que, desde el ámbito social, saltó al ámbito de los negocios y político. En enero, hace apenas semanas y en el marco de su 51 edición, el comisario europeo de Empleo y Derechos Sociales, Nicolas Schmit, sostuvo: “Vivimos en un momento en el que el contrato social que tenemos se ha roto”. Reconocida como una caja de resonancia para cómo nos pensamos, el WEF se hizo dueño del mensaje. En una de sus publicaciones de cierre tituló: Why we need a new social contract for the 21st century. La definición de este nuevo contrato social no es una cuestión menor. Desde una perspectiva puntual, ordena la relación entre nosotros y el mundo del trabajo. Sin embargo, su alcance va mucho más allá.


Del eslabón a la cadena: de la empresa a la sociedad


Recordemos, el contrato social suele definirse como: “un acuerdo realizado en el interior de un grupo y por sus miembros. Es parte de la idea de que todos están de acuerdo, por voluntad propia, con el contrato social. En su virtud admiten la existencia de una autoridad, de normas morales y de leyes a las que se someten. Es una hipótesis explicativa de la autoridad política y del orden social.”

El acuerdo que nos permitía interpretar esa relación hasta hace poco se quebró en los últimos años. No solo por la injerencia de una tecnología masificada por el impacto de una pandemia sino también por una nueva forma de valorar nuestro presente, más diverso, más abarcativo, más sustentable y global. ¿Qué sino representa el fenómeno de la Gran Renuncia que se extiende desde los EE.UU. hacia el mundo? Es una muestra más de las ansias que tienen las personas de darle sentido a lo que hacen.

La libertad para decidir, comprometerse, dedicarse, identificarse y participar se ha convertido en la moneda de cambio en esa búsqueda.cCualquier modelo organizativo que pretenda un futuro de crecimiento se deberá basar -indistintamente de su alcance (híbrido; flexible; semana de 4 días, entre otros)- sobre un mayor grado de libertad y autogestión.

Como nunca antes, las personas exigen estar en el centro de lo que hacemos como líderes. Porque la tecnología cambió la forma de cómo trabajamos y seguirá haciéndolo. Pero de su mano llegará también un mayor empoderamiento del individuo y así un grupo humano más diverso, como nos lo recuerdan también Richard Haas, el director del think tank Council on Foreign Relations, y la directora de la London School of Economics, Minouche Shafik.

No se trata entonces de una nueva discusión entre autoridad o libertad, como nos parecen sugerir algunas voces, que irradian su llamado hasta los ámbitos políticos y -hoy- también geopolíticos. Se trata de aplicar el sentido común para volver a entender que dependemos de las personas para que nuestras sociedades generen lo mejor de sí. Y -lo más importante- se trata de hacerlo de forma genuina y transparente.

De allí no es difícil concluir que, si la libertad es el denominador común que une a las personas de cara el futuro, hoy ya no queda lugar para los autoritarismos de antaño. Como decíamos al principio de esta reflexión: lo que ocurre en la sociedad y en las empresas presagia lo que luego se verá reflejado en ámbitos como la política. Esto aplica especialmente al estilo de liderazgo. Basta mirar lo que está ocurriendo en el mundo en este momento para ver lo anacrónico del liderazgo autoritario y el rechazo que esto provoca en el común de las sociedades. Eso vale tanto para un gobernante como para un CEO. Claramente, nuestro futuro sólo lo podremos construir juntos y afrontando también juntos desafíos tan grandes como la tarea de frenar el cambio medioambiental o de definir un nuevo orden internacional.


Por Alberto Bethke, Socio Fundador de OLIVIA.

 

 

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