En el último trimestre del año, muchas organizaciones aceleran la ejecución de presupuestos y cometen errores que podrían evitarse. ¿Es hora de replantear la planificación estratégica y cambiar el enfoque?
A medida que noviembre y diciembre avanzan, muchas empresas entran en el conocido “sprint final” para justificar presupuestos y alcanzar metas antes de que el reloj marque el 31 de diciembre. Sin embargo, esta práctica suele generar más problemas que soluciones. El fin de año no debería ser un período de ejecución apresurada, sino el momento de cosechar los frutos de una planificación estratégica y una ejecución constante a lo largo de los meses.
Tiende a ocurrir que hay organizaciones en las que el calendario fiscal tiene una influencia desmedida sobre la forma en que se planifican y ejecutan las estrategias. Este ciclo anual, muchas veces tratado como un reloj de arena con fecha de vencimiento, genera un fenómeno recurrente: la ejecución atropellada de presupuestos en el último trimestre, algo que compromete los resultados y evidencia cierta desconexión entre la planificación y la ejecución a lo largo del año.
Si observamos cómo funciona la planificación en otros contextos, como en la música por ejemplo, encontramos una analogía interesante. Los músicos no solo tocan notas: trabajan con la armonía (qué hacer) y el tiempo (cuándo hacerlo). Tocar una nota en el momento exacto requiere preparación y coordinación con el resto de la orquesta. Lo mismo aplica a las empresas: la planificación debe ser un ejercicio continuo, no algo que se acelera al final del año sino que se ejecuta en el momento preciso.
El apuro de los últimos meses del año suele estar motivado por una necesidad cuestionable: consumir el presupuesto aprobado para no perderlo. Así, se ejecutan proyectos de manera improvisada, con el único objetivo de cumplir metas superficiales que muchas veces no generan impacto real en el negocio o lo hacen de manera no deseada. En lugar de enfocarse en objetivos estratégicos, los equipos se ven forzados a actuar bajo la presión de plazos arbitrarios.
Esto puede resultar ineficiente y hasta perjudicial. Las decisiones apresuradas suelen generar errores costosos, especialmente en áreas críticas como la transformación cultural, donde el factor humano es clave. Cambiar culturas organizacionales no es algo que pueda acelerarse sin consecuencias negativas. Requiere tiempo, adaptación y un compromiso constante de todos los niveles de la compañía.
La planeación estratégica efectiva debe ser un proceso continuo. Por eso, es clave aprovechar los “momentos de paz” —periodos de menor actividad operativa— para preparar las herramientas, los equipos y las estrategias que se necesitarán cuando llegue el “momento de locura”. Se dice que “los tiempos de paz son cuando se planifican las batallas”, y hacerlo en calma permite que, cuando llegue la actividad frenética, la empresa esté lista para actuar con eficacia.
Una de las lecciones más valiosas para los ejecutivos es que la planificación y la ejecución no son fases separadas. Al contrario, forman parte de un mismo proceso. Adoptar una perspectiva de 12 meses continuos —sin importar en qué punto del año nos encontremos— permite mantener la vista puesta en el horizonte, evitando el cortoplacismo que genera el “sprint final”.
El éxito no está en hacer todo al mismo tiempo, sino en ejecutar las acciones planeadas en el momento correcto.
Hace dos años, el uso de la Inteligencia Artificial (IA) comenzó a masificarse y aceleró la necesidad de reconversión. En tiempos como estos, de gran transformación tecnológica, es importante recordar que, aunque herramientas como la IA y la automatización están redefiniendo los negocios, el factor humano sigue siendo insustituible. Los procesos de transformación cultural requieren de tiempo, de paciencia y de una disposición para reinventarse. Al final del día, la planeación estratégica de una empresa y la ejecución son dos caras de una misma moneda. Planificar es trazar el camino; ejecutar es recorrerlo. Solo las organizaciones que comprendan esta dinámica podrán enfrentar con éxito los desafíos del futuro.
Por Jorge Gatto, socio & COO Global de OLIVIA.
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