Es sencillo afirmar que hay que reciclar a los profesionales para que se adapten a la tecnología, pero la gran pregunta es si resulta tan fácil hacerlo.
El objetivo de la reunión anual del Foro Económico Mundial (FMI) que acaba de finalizar en Davos es analizar el contexto mundial (y no exclusivamente económico), llegar a diagnósticos comunes y buscar soluciones para resolver los principales retos globales. Este año, el lema ha sido Restaurar la confianza, entendiendo que esta ha sido erosionada por la realidad de un mundo en plena transformación, con profundos cambios estructurales que provocan incertidumbre en las sociedades y los mercados.
Una de las áreas temáticas a tratar, junto a la búsqueda de seguridad y cooperación en un mundo fracturado, la necesidad de generar empleo y crecimiento, o el gran reto del clima, el medio ambiente y la transición energética, ha sido la inteligencia artificial (IA), a la que califican como “motor de la economía y la sociedad”.
Más allá de previsiones económicas más o menos alarmistas, los expertos del FMI tienen claro que la IA será, en adelante, uno de los principales ejes conductores de la economía, y que tendrá una repercusión importante en el empleo. Según un informe que ha presentado la institución, actualmente casi un 40% del empleo mundial está expuesto a la IA, y su desarrollo futuro afectará al 60% de los puestos de trabajo de las economías avanzadas.
Esto me lleva a pensar en los luditas, seguidores de un movimiento popular surgido en la Inglaterra de inicios del siglo XIX, liderado por artesanos que se rebelaban contra la introducción de las máquinas en los procesos productivos, a pesar de los grandes beneficios que aportaba la industrialización –las películas Tiempos modernos, de Chaplin y Metrópolis, de Fritz Lang dan cuenta de ello–. Podríamos hablar, en la actualidad, de los nuevos luditas, los luditas de la inteligencia artificial, que se resisten a los cambios radicales que esta trae a la sociedad y al mercado laboral.
Lo cierto es que el debate en torno a la relación entre la inteligencia artificial y el empleo oscila entre dos extremos contradictorios que la sitúan, bien como agente de desplazamiento laboral y destructor de empleo, o bien como catalizador masivo de productividad y transformación empresarial y generador de nuevos puestos de trabajo.
Frente a las oscuras previsiones del FMI, un estudio de la consultora tecnológica Gartner afirma que durante la próxima década, la IA creará 500 millones de nuevos puestos de trabajo en todo el mundo, muchos más que los que recortará.
Intentemos diseccionar este debate. Por un lado, la IA, especialmente la generativa, ha demostrado su valor añadiendo capas de eficiencia y personalización en múltiples áreas del negocio, desde el marketing hasta el diseño de productos y las operaciones. Y en este proceso se están logrando objetivos estratégicos y se están transformado industrias. Sin embargo, esto plantea una serie de preguntas críticas: ¿Están estos avances mermando la necesidad de mano de obra humana? ¿Es la IA realmente un generador neto de empleo, creando más oportunidades de las que quita?
Los embajadores de la IA defienden que, gracias a la democratización del conocimiento colectivo, la IA tiene el poder transformador de hacer el conocimiento más accesible a todos los niveles de una organización, dar más autonomía a los empleados y permitirles contribuir más efectivamente a los objetivos de la organización. Es decir, focalizarse más en la parte humana y creativa que las labores rutinarias. Este proceso puede llevar a una fuerza laboral más innovadora y adaptable, posiblemente generando nuevos puestos de trabajo y funciones en el proceso. Es lo que podríamos llamar una inteligencia aumentada, la fusión de la inteligencia humana y la artificial.
No obstante, el temor a la obsolescencia de ciertos trabajos es palpable. Los luditas de la IA comúnmente arguyen que la automatización y la inteligencia artificial están erosionando posiciones laborales tradicionales, dejando a los trabajadores desplazados en una difícil transición hacia nuevos puestos de trabajo, muchas veces con una disparidad en las habilidades requeridas. Según una encuesta del MIT y de la Universidad de Harvard, casi la mitad de las competencias que actualmente aplicamos en nuestros trabajos no serán útiles en 2025.
La duda es cómo se va a complementar eso. Es fácil decir que hay que reciclar a los profesionales, pero ¿es tan fácil hacerlo?
Para gestionar esta contradicción, es vital crear un entorno donde la transición y la adaptación sean posibles y constructivas. La formación y la capacitación continua en nuevas tecnologías como la IA se hacen esenciales para la fuerza laboral actual. Es igualmente importante que las organizaciones adopten una postura ética en la implementación de IA, considerando las implicaciones de empleo y garantizando que la adopción de la tecnología se extienda a todos y resulte sostenible.
Es evidente que la IA genera tanto oportunidades como desafíos en la creación y destrucción de empleo, pero la clave en este debate, para que su impacto sea más positivo, está en la educación, en la formación continua y en el diseño de estrategias empresariales que integren la IA de una forma que multiplique el valor humano, en lugar de sustituirlo. Si nos acercamos a la IA con una mentalidad inclusiva, ética y orientada al futuro, las organizaciones y los trabajadores podrán prosperar en esta nueva era de cambios tecnológicos.
Por Oscar Velasco, socio director de transformación de OLIVIA España.
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