Nuestro país está en la antesala de un momento histórico. Transitarlo con éxito requiere de unos de los elementos más importantes de la teoría organizacional. Los ejemplos de otras sociedades nos pueden servir de hoja de ruta.
Chile se enfrenta por estos días a un hito histórico. La aprobación o el rechazo de la nueva Constitución que elaboró la Asamblea Constituyente. Las encuestas anticipan que el resultado estará reñido. A pocos días de la votación, los rechazos superan a quienes aprueban la nueva Carta Magna por apenas unos pocos puntos porcentuales. La tendencia amenaza no solo el proceso en sí -sino y principalmente - el objetivo buscado desde 2019, cuando una parte de la población salió a la calle para reclamar cambios profundos al conjunto de leyes y reglas que rigen la convivencia de todos nosotros.
Para anticipar cualquier debate o polémica, me permito destacar en este punto que el único propósito de estas líneas es aportar una visión lo más objetiva posible sobre un desenlace que nos involucra a todos. Lejos de cualquier ideología, pretendo aportar mi experiencia obtenida en la práctica sobre este tipo de cambios sistémicos que atraviesan las organizaciones y que se reflejan también en la sociedad.
En ese sentido es bueno recordar qué representa una Constitución. Según la Real Academia Española (RAE), una Constitución es la “Ley fundamental de un Estado, con rango superior al resto de las leyes. Como tal define el régimen de los derechos y libertades de los ciudadanos y delimita los poderes e instituciones de la organización política.” En otras palabras, la Constitución es el set de reglas que nos permite vivir e interactuar sin caer presos de la violencia o la “Ley del más Fuerte”.
Como set de reglas que es, requiere que la mayor parte de la población se comprometa a cumplirlas. Mientras más grande sea ese grupo, más fuerza tendrá el set de reglas que representa, de cara al futuro conjunto de esa sociedad. En la historia reciente hay ejemplos que lo validan. Al mismo tiempo, hay otros ejemplos qué prueban qué sucede si ese apoyo es endeble o frágil.
Un ejemplo del impacto pacificador que puede tener un proceso de aprobación de un nuevo set de reglas es el de la Constitución de España de 1978. Hace casi medio siglo, los españoles acordaron crear una nueva Constitución. Tras más de 36 años de dictadura bajo el régimen de Francisco Franco, entendían que necesitaban un nuevo conjunto de leyes y normas que les sirviera como base para ordenar su convivencia en el nuevo ámbito de la democracia. El encargado de impulsar el proceso para generar la nueva Constitución fue el Gobierno liderado por el centrista Adolfo Suárez, que gobernó España entre 1976 y 1981. Aprobada por el Congreso de los Diputados y del Senado, el 31 de octubre de 1978, la Magna Carta fue presentada a votación a todos los españoles en un referéndum que se celebró el 6 de diciembre de ese mismo año. Un 67% de los españoles -18 millones de personas- participaron del referéndum. El 92% voto a favor de implementar la nueva constitución, el 8% la rechazó. La nueva Constitución entró en vigor entró el 29 de diciembre de 1978. Desde entonces no sufrió más cambios que en dos artículos puntuales que responden a temas europeos y sociales.
El caso del Brexit es el ejemplo contrario. Si bien no constituye la votación por una Constitución, si representa una votación sobre un set de reglas que estuvo destinado a regir el rumbo de una nación como la británica. El 23 de junio de 2016, 65,65 millones de personas residentes en el Reino Unido estuvieron llamados a responder a la siguiente pregunta: “¿El Reino Unido debería seguir siendo un miembro de la Unión Europea o abandonar la Unión Europea?”. 71% de la población se presentó a votar. El 52% voto por abandonar la UE, mientras que el 48% optó por la permanencia. La validez del referéndum se cuestiona hasta el día de hoy. Los cambios que se esperaban generar con la salida de la economía británica están lejos de generarse. Tanto en lo económico, lo social (migración y diversidad) como en lo político, la nación está hoy más vulnerable que nunca. En el camino quedaron tres gobiernos y sus respectivos líderes: David Cameron, Theresa May, Boris Johnson. Algunas naciones, partes históricas del Reino Unido, como Escocia e incluso Gales, se cuestionan abiertamente la permanencia en el conjunto., tras un resultado que se basó en una diferencia del 2%.
Más allá de la cercanía o lejanía de ambos casos para nuestra experiencia chilena, varios son los aprendizajes que nos dejan ambas experiencias. En un primer lugar, la certeza de que, en caso de resultar el “Rechazo” tan endeble como el “Apruebo”, como grupo humano, sociedad y conjunto organizacional, tendremos que esforzarnos para seguir trabajando en conjunto en busca de una solución que permita sumar en vez de restar. Un rechazo -por unos pocos puntos- de la nueva Constitución, significaría seguir con la antigua, pero nos devolvería probablemente a esos tumultuosos y dolorosos días de rechazo popular generalizado de 2019. Una aprobación -por unos pocos puntos- de la nueva Constitución, podría tener el mismo efecto, pero a la inversa: una Carta Magna débil y proclive a ser cuestionada a cada instante.
En un segundo -pero no menos importante lugar- el siguiente aprendizaje es el que emana del liderazgo que exige cualquiera sea el resultado. Para que el cambio cuente con el mayor apoyo posible y pueda ser implementado con éxito, el rol del líder o de los líderes es definitorio. La práctica organizacional nos enseña que tres son las preguntas a la que deben saber dar respuestas el líder o los líderes que encabezan el proceso.
La primera es si realmente representan a las mayorías que dicen representar o si están en sus puestos y en sus funciones por mecanismos que no reflejan la realidad sino una fórmula matemática. La segunda, es si lograron encabezar el proceso desde una visión de trabajo en equipo o desde una visión que responde únicamente a intereses personales. Y, en tercer lugar, si son capaces de establecer acuerdos que superen los intereses de su propio grupo de interés.
Desde estos dos aprendizajes, la discusión que hoy nos deberíamos plantear no es entonces si gana el “Apruebo” o el “Rechazo”. La discusión que debemos anticipar y preparar hoy es: qué hacemos como chilenos con la gran cantidad de personas que van a votar y cuyo voto no será ganador.
Cómo hacemos, para sentar las bases para que el resultado nos permita orientarnos hacia un win-win en el mediano plazo. Como hacemos para evitar nuestro propio Brexit con pensamiento estratégico y -por más endeble que sea el resultado- evitar una nueva crisis. Eso implica a nuestra disposición como sociedad a aceptar las reglas que nos imponemos por común acuerdo. Se suma la necesidad de que nuestros líderes estén a la altura de guiarnos por el proceso. Las figuras de Adolfo Suárez y de Boris Johnson sirvan como antípodas de los que es posible y de lo que no.
La práctica organizacional nos enseña que este tipo de desafío como lo es un cambio del set de reglas por el que se ordena una organización, equivale a un cambio de cultura, con la visión de la organización sobre el mundo. Como tal, representa un cambio fundamental en cómo hacemos lo que hacemos y sobre el modelo que tenemos para relacionarnos.
Transitar este camino apoyado sobre una base tan débil o endeble como una diferencia de apenas uno puntos porcentuales y solo resguardados sobre un liderazgo oportunista es garantía de crisis y no de apaciguamiento, como se está buscando hoy en nuestro país. Como chilenos hemos probado en el pasado estar a la altura de semejante desafío. Hoy, podemos volver a estarlo, o no.
Por Alejandro Goldstein, Socio Director de OLIVIA.