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Hubo un momento en el que la mayoría de las personas trabajábamos sin cuestionarnos muchas de las experiencias que vivíamos: nos sometíamos a horas de tráfico para llegar a cumplir con un horario, aceptábamos la necesidad de “pagar derecho de piso” toda vez que comenzábamos con un nuevo desafío, nos conformábamos con practicar un deporte en los huecos que la agenda laboral nos dejaba y, si nuestra energía lo permitía, nos contentábamos con ver el video de la obra de teatro de nuestras hijas...  Fueron una infinidad los momentos significativos de nuestras vidas  que postergamos, poniendo prioridad absoluta a nuestro trabajo, entendiendo que así debía ser: como zombies, moviéndonos de una obligación a otra. 

Los primeros “valientes irreverentes” en animarse a priorizar diferente fueron aquellos millennials que, hace una década, desafiaron a generaciones anteriores en búsqueda del bienestar, equilibrio y propósito. Por ese entonces, el entorno zombie interpretó ese comportamiento como  de falta de compromiso, inmadurez, egoísmo y hasta impaciencia. 

De pronto, la pandemia -una interrupción en nuestras vidas- nos desafió en todos los planos de la vida, nos mostró nuestras vulnerabilidades más profundas, nos enfrentó con nuestras miserias, nos dio un cachetazo de conciencia a todos por igual, sin distinguir generaciones. El Gran Despertar elegimos llamarlo aquellos que, más que una gran renuncia, optamos por verlo como la gran oportunidad en la que millones de personas comenzaron a cuestionar y cuestionarse en busca del sentido de la vida que estaban viviendo hasta el momento. 

Entendimos, tras haberlo pasado por el cuerpo, cuáles son las reales prioridades en nuestras vidas, conectamos con la posibilidad de desarrollarnos en trabajos que conectan más con nuestro propósito personal y se equilibran con nuestra necesidad de familia, de amor, de amistad, de disfrute. El descanso y disfrute ya no pueden ser concebidos como la recompensa al “burn out”. Entendemos hoy que son insumos necesarios para mantenernos sanos, mejorar nuestra productividad, innovar, tomar mejores decisiones y entablar mejores vínculos con otros. 

Uno de los principales retos que enfrentan las organizaciones hoy es el de habilitar espacios y consolidar culturas de trabajo en las que exista la posibilidad de fluir de forma orgánica y equilibrada. Y, ¿qué son las compañías sino equipos de personas que trabajan juntas? Entonces, el gran desafío que tenemos es el de integrar a personas que han despertado y saben claramente lo que “no quieren” y transitan la tensión constante de ir hacia aquello que eligen. Y sí, es super frustrante cuando hablamos de equilibrio y nos encontramos siendo rehenes de agendas que toman el control de nuestro día. La carga de trabajo excesiva y nuestra incapacidad de priorizar parecerían ser los mayores obstáculos en nuestra lucha cotidiana por no volver a modo zombie. 

Gran parte del desafío recae en nuestra capacidad de decir “no”, de sostener conversaciones sinceras en las que podamos conectar con lo que necesitamos y sentimos, junto con empatizar con lo que necesitan y sienten otros. Está claro que ya nadie quiere vivir como zombie.  

La gran oportunidad está en que, por primera vez, la mayoría de las organizaciones declaran querer propiciar ambientes de trabajo con mayor bienestar y equilibrio. Las condiciones están dadas: precisamos personas corajudas dentro de las empresas que, sin necesidad de renunciar, se animen a asumir el riesgo de priorizarse y priorizar al humano en el día a día. Precisamos líderes y equipos que promuevan e impulsen las condiciones para que podamos desplegar nuestra mejor versión, sana y de forma sostenible. Para bloquear, sin más, el modo zombie para siempre. 

Por Paula De Caro, socia y directora de OLIVIA  

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