La IA no cambió las reglas del juego, solo apretó el acelerador. El verdadero desafío sigue siendo el mismo: adaptarse a tiempo y con criterio.
Llegamos a la mitad del año como quien frena en seco tras una curva cerrada. Parpadeamos y ya es julio. Y aunque a muchos nos gusta echarle la culpa a la edad, lo cierto es que no es solo eso: el tiempo se siente más vertiginoso porque, efectivamente, todo va más rápido. Mucho más rápido.
Vivimos en una montaña rusa de transformación. Una donde la inteligencia artificial (IA) no es el principio del viaje, sino simplemente la última bajada abrupta. Venimos hablando hace años de cambio, de agilidad, de adaptabilidad, de aprender y desaprender. Nada nuevo. Lo que sí cambió es la velocidad.
Según un informe reciente del Foro Económico Mundial (WEF), el 65% de las organizaciones ya utilizan IA generativa en al menos una función y el gasto mundial en IA crecerá a una tasa anual compuesta del 29% hasta 2028, alcanzando los US$ 630.000 millones. La IA, como vemos, no cambió las reglas del juego sino que, simplemente, apretó el acelerador de una transformación que ya estaba en marcha.
En este vértigo, vemos empresas debatiendo sobre si un clon digital puede reemplazar a una persona. O si un CEO hecho con IA puede liderar una organización. Vemos modelos digitales, prompts, automatizaciones que redactan, programan, diseñan. Y, mientras las noticias giran como loops de montaña rusa, la ansiedad crece. ¿Estamos listos? ¿Qué habilidades necesitamos ahora?
Spoiler: las mismas de siempre.
El WEF señala que casi el 40% del empleo global está expuesto a la IA, y en economías avanzadas la cifra asciende al 60%. Podemos interpretar este dato como un llamado a que las personas desarrollen habilidades para interactuar con la IA. Hace 20 años, la clave para encontrar lo que buscábamos en Google era formular bien la pregunta. Hoy, el que domina los prompts entiende cómo pedirle a la IA lo que quiere. El que no, se pierde entre respuestas irrelevantes. Saber hablar, saber escribir, saber conectar ideas: nada de eso quedó obsoleto. Al contrario, se volvió más crítico.
Por eso sorprende que tantas organizaciones aún estén atrapadas en discusiones superfluas: “¿Usamos ChatGPT o no?”, “¿Permitimos esta herramienta o solo las oficiales?”, “¿Damos libertad o controlamos?”. En vez de fomentar un ecosistema abierto de exploración, muchas empresas siguen pensando que implementar IA es “bajar una app”. Y no. El verdadero desafío no es la IA. Es la cultura.
La IA no es una herramienta. Es un concepto. Y está compuesto por muchas herramientas. Cada área necesita algo distinto. Marketing, automatización visual. Producción, análisis predictivo. Ventas, asistentes de seguimiento. ¿Qué haremos cuando tengamos 500 aplicaciones dando vueltas en la organización? ¿Seguiremos diciendo “no” hasta que el área de Compliance nos dé permiso? ¿O entrenamos a las personas para entender y elegir?
La adopción de la IA es heterogénea. Así lo destaca un artículo publicado del MIT: en Estados Unidos, por ejemplo, más del 50% de las empresas con más de 5.000 colaboradores usan IA, pero sectores como la construcción y el retail apenas alcanzan un 4%. No basta con la herramienta: cada área y sector necesita un enfoque distinto, y un liderazgo que entienda estas diferencias.
La clave está ahí: no en la herramienta, sino en la autonomía para usarla bien. Porque, si seguimos pensando que adaptarse es seguir procesos predefinidos, nos bajamos de la montaña rusa antes del próximo giro.
La adaptabilidad no es opcional. Es la única ventaja competitiva real. Y eso empieza por el liderazgo. Un liderazgo que no se asusta con la velocidad, sino que la comprende. Que no impone herramientas, sino que habilita exploración. Que no corre detrás de la última moda tecnológica, sino que construye una cultura donde el cambio no sea trauma, sino práctica cotidiana.
- Fomentar la curiosidad en lugar del control.
- Premiar el uso inteligente y diverso de herramientas.
- Dar libertad para probar, equivocarse, ajustar.
- Entender que la adaptabilidad es una práctica, no una presentación.
- Abrazar lo humano como diferencial, no como obstáculo.
Todo esto, claro, sin perder de vista que las regulaciones existen y son necesarias. Compliance tendrá un rol cada vez más relevante, especialmente cuando las organizaciones gestionen decenas o cientos de herramientas distintas, datos sensibles y automatizaciones críticas.
Pero no confundamos control con freno. El marco regulador debe acompañar la innovación, no paralizarla. En la montaña rusa del cambio, compliance es el cinturón de seguridad, no el freno de emergencia. El viaje sigue, con IA o sin IA. Lo importante es cómo lo encaramos.
Por Marcelo Blechman, socio de la consultora OLIVIA.