“Ha llegado la hora de parar y redactar un nuevo contrato social. Para decidir y determinar cuáles son los derechos y obligaciones básicas de personas y máquinas en este nuevo mundo.” La cita le pertenece a José María Álvarez-Pallete, nada menos que el presidente de Telefónica a nivel global. El máximo ejecutivo advertía hace unos días en un artículo: “No podemos dejar que la inteligencia artificial campe a sus anchas. (Porque) No todo lo que la tecnología es capaz de hacer, es bueno o socialmente aceptable”.
La advertencia nos recuerda -tanto por quién lo dice como por a quién representa- que los humanos estamos en un momento clave. Más allá de los escenarios tan dantescos como utópicos que anticipan el salto evolutivo que representa la Inteligencia Artificial, la única certeza que queda es que la IA transformará nuestra vida: a nivel personal, profesional y organizacional. No hay forma de evitarlo, sin correr un peligro real de “extinción”. O nos transformamos y, en el camino, también a nuestras empresas y compañías, o quedaremos relegados para, finalmente, desaparecer.
En Olivia, consideramos que la transformación llega por crisis o por visión. Y como preferimos siempre la visión, quiero comentar hoy con ustedes las condiciones que debemos generar en nuestras organizaciones para aprovechar -y no padecer- lo que está llegando de la mano de la Inteligencia Artificial.
Para comenzar, debemos preguntarnos cómo entendemos a la IA. ¿La entendemos como una herramienta para eficientizar la dinámica de nuestra organización o la identificamos como parte del proceso de transformación (digital) que estamos obligados a transitar hoy para seguir siendo competitivos mañana? En otras palabras, queremos utilizar la IA para acelerar procesos puntuales o entendemos que la podemos aprovechar para transformar nuestro modelo de negocios.
Es evidente que la segunda opción debería ser la respuesta. Pero es también aquí donde solemos cometer la principal omisión que solemos cometer a la hora de dimensionar la Inteligencia Artificial: el factor humano. Es que cualquier implementación, desarrollo o estrategia basada en la IA está destinada al fracaso si no definimos primero cómo nos posicionamos como personas ante el mundo de los datos; cómo entendemos el valor del dato y cómo lo tenemos (o no) incorporado a nuestro día a día.
Para hacerlo, los invito a pensar en tres pilares que toda organización debería considerar – antes de iniciar su camino hacia la IA.
Cuán amplia o cerrada es nuestra visión sobre el uso de los datos.
Cuánto cambio (cultural) necesita realizar nuestra compañía para poder incorporar el uso del dato en nuestra dinámica diaria y como base de todo lo que hacemos.
Cómo logramos que las personas que trabajan en nuestra compañía se apropien del dato y de la inteligencia que ofrece para todo lo que hacen.
Nuestras empresas y compañías generan y relevan hoy datos cada segundo de su existencia. Como decíamos, gran parte de las compañías intentan -por omisión o por desconocimiento- utilizar esta masa de información para impactar en procesos. Sin embargo, aprovechar los datos para transformarnos como organización exige ampliar la visión y generar una estrategia que permita aprovechar los datos de forma holística, sistémica. Más allá de eficientizar el trabajo o funcionar de un área de negocio, esta visión utiliza los datos para impulsar el diferencial que hace a nuestra compañía. Los datos se hacen parte del propósito que tiene nuestra empresa. Los datos se utilizan para potenciar el diferencial, la razón de ser que tenemos como compañía, como grupo humano y como personas que lo componen.
La mirada holística que generemos nos exigirá trabajar sobre el corazón de aquello que compone nuestra organización, su cultura. Porque, no hay dato que sirva, si no se ancla como parte del conjunto de costumbres; principios y rutinas que definen la dinámica de trabajo en nuestra organización. Dicho de otra forma, podremos invertir incontables cantidades de dinero; contratar a los asesores externos más renombrados; diseñar la estrategia más sofisticada imaginable para tratar de sacarle provecho a los datos que generamos, pero si la cultura de nuestra empresa no incorpora y “vive” el dato como su principal herramienta, todo será en vano. La pregunta que debemos hacernos aquí es: ¿Cuán preparada está la cultura de nuestra empresa para que las personas que la componen sepan y estén abiertas a incorporar el dato como la base para lo que hacen? Ello exige redimensionar aspectos de procesos, de las capacidades que debemos poder traer al día a día como también en cuanto a la comunicación y el liderazgo resultante. Sin embargo, más que nada, exige saber trabajar e instalar la disponibilidad de nuestros colaboradores para convertir el dato en su única fuente para medir, dimensionar y graficar lo que hacemos cada día. O sea, instalar una cultura de “data decisión” desde la cual tomar nuestras decisiones basadas en datos y no en opiniones.
Todo diseño de un cambio cultural no tendrá impacto si no nos preguntamos cómo lo hacemos tangible para que las personas se lo incorporen como parte de la organización que componen y, también, cómo las acompañamos para que lo logren hacer. En otras palabras, cómo hacemos para que las personas se apropien del valor del dato. Desde el inicio del Siglo 21, nuestras organizaciones aprendieron a aprovechar los datos que generan nuestros equipos vía tecnologías como la Internet de las Cosas (IoT), el 5G o el machine learning.
Hoy estamos ante el desafío de ser capaces de hacer lo propio para con los datos que generamos como humanos en nuestras interacciones diarias con toda nuestra cadena de valor. Y es aquí donde la Inteligencia Artificial permite ahora marcar una diferencia – si somos capaces de apropiarnos antes de la cultura del dato.
La visión, el cambio cultural y su apropiación son entonces la base para poder subirnos al tren del futuro que trae de la mano el mundo de los datos y, en última instancia de la Inteligencia Artificial. En el próximo artículo, les comento cómo la práctica del Transformation Analytics permite hacerlo de forma proactiva para desarrollar el activo más importante que tiene nuestra organización para seguir evolucionando y reinventarse: su talento.
Por Alejandro Goldstein, socio de Olivia.