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El cambio que impuso el año 2020 para la dinámica de las organizaciones exige una nueva forma de mirar el futuro. Algunos conceptos que ayudan a entender el mindset que requiere este nuevo mundo y por qué la acción tiene que ser más que una reacción.

El icónico productor de cine, Samuel Goldwyn (Los Mejores Años de Nuestras Vidas; Cumbres Borrascosas; Porgy and Bess, entre otros) solía repetir una regla cuando le preguntaban cuál era el secreto detrás de sus éxitos cinematográficos: “Inicia con la tensión de un terremoto. Luego, incrementa la intensidad paso a paso”, solía comentar. Si algo no le faltó al año que cierra fueron justamente los estímulos y la intensidad. Virus; emergencia sanitaria; ciudades confinadas; economías paradas; oficinas vacías; telecomunicaciones llenas; reuniones de negocios en remera y con niños tomando la leche en brazos de nuestros interlocutores. En paralelo, las bolsas del mundo quebraban máximos mientras cadenas de producción enteras caían a mínimos, acompañadas por eventos políticos dignos de los mejores libros de historia. El estímulo constante exigió nuestras mentes y nuestra capacidad de procesamiento al límite. En esa secuencia, la emoción del desafío -más de una vez- dio lugar a la angustia de la amenaza.

Nuestras creencias hicieron su aporte a este mix de sensaciones. Irracionales, en su mayoría, generaron consecuencias improductivas, inútiles, fracasos que solo incrementaron nuestros fantasmas o juicios más antiguos ante las fuerzas del destino. Sin embargo, cuando logramos mantener una visión racional sobre los sucesos que nos rodeaban, los resultados cambiaban de color: positivos o, en su mejor versión, incluso, productivos. Bienvenidos al mindset del futuro.

 

 

Pocas veces en nuestra historia, un evento nos desafío tanto a reconsiderar nuestro armado mental como la pandemia. La batalla contra este virus nos ordenó entre aquellos que trataron de preservar un status quo imaginario y aquellos que apuntaron a aprovechar el momento para cambiar, repensar. Partiendo de la idea de que inteligencia no es un bien finito sino un activo en constante evolución, identificaron el escenario que propuso 2020, como el mejor momento para aprender y crecer. El fin último: desarrollarse, proyectarse hacia el futuro. Mientras, quienes prefirieron esperar la restitución del status quo, siguen esperando.

 

El destino de las organizaciones

Originalmente desarrollada para personas, este modelo mental -aprender para crecer- se transformó justamente este año en un distintivo que diferenció a las organizaciones en dos grupos: aquellas proyectadas a crecer en el mundo que propone el Siglo 21 versus las que ya transitan la vía de su propia extinción.

En el primer grupo, podemos encontrar a aquellas compañías que durante la pandemia han podido generar nuevos negocios digitales impensados previamente o aquellas organizaciones que han logrado expandir sus fronteras y arribar con sus operaciones a nuevos países. En el segundo grupo, en cambio, identificamos a las mismas organizaciones que habitualmente atan su éxito a variables que no controlan, como el precio de un commodity o el cambio en las condiciones económicas de un país.

La crisis global que generó COVID19 recordó con toda la crudeza que quienes lograron reenfocar su modelo organizacional hacia un espacio abierto que abraza la experimentación, la proactividad y el aprendizaje constante hoy se encuentran ante un sinfín de nuevas oportunidades y relaciones: hacia sus clientes, sus aliados, sus mercados. Así lograron lo más importante, levantar la mirada hacia el futuro y liberarse de lo más pesado que tiene una organización: las certezas del pasado.

En las próximas entregas, ahondaremos en los tres pilares que pueden servir como hitos para reorientar el rumbo en esa nueva dirección de la innovación continua: Recursos – Exceso vs. Escasez; Plazo – Corto vs Largo; Valor – Inversión vs. Gasto.

Por Gabriel Weinstein, Managing Director de OLIVIA Europa

 

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