La IA está entre nosotros, nos atraviesa. Sin embargo, como humanos, no sabemos cómo convivir con ella. Mucho menos, cómo generar valor a través de ella. Como en cualquier relación sana, el secreto pasa por hacernos una pregunta y actuar en consecuencia.
Corría una de esas tardes tórridas de los primeros días del verano madrileño. El bus me había dejado justo enfrente de un cartel. Su imagen desplegaba el smartphone de última generación que comercializaba una de las mayores teleoperadoras de España. En el centro, una frase: “Que la inteligencia te acompañe”. No quedaba duda alguna de a qué inteligencia se refería. La frase me pareció sublime. No por la analogía a la que hacía referencia la compañía, sino por el impacto que me generó: ¿cuán inteligentes estamos siendo a la hora de posicionarnos ante esa nueva fuerza llamada Inteligencia Artificial? Nada inteligentes -por no decir otra cosa- fue mi respuesta interna.
Especialmente en las organizaciones, seguimos acercándonos a la IA como siempre lo hemos hecho cuando nos enfrentamos a una nueva innovación tecnológica. Tratamos de entender para qué sirve, cómo la podemos aprovechar, qué procesos nos permite mejorar y qué dinámicas incrementar. Y así, la estamos “pifiando” -como diría un amigo argentino- de forma monumental.
Es que, como bien insinúa la frase del cartel, la IA no es una tecnología más. Es una fuerza tecnológica que, hoy, ya atraviesa nuestra vida en todos sus sentidos y, muchas veces, sin que nos demos cuenta. La IA nos acompaña cuando nos despertamos, al prepararnos el café, cuando escuchamos o vemos las noticias, cuando viajamos en el auto al trabajo, pero también en el metro, en la oficina, al coordinar con los amigos, al reservar la mesa para la cena y, en el peor de los casos, hasta para volver a encontrar nuestro camino a casa. No queda ya ámbito de nuestra vida que no está hoy de alguna forma intervenido por la IA. Tomarla entonces como una tecnología más que podemos apagar y encender cuando nosotros lo consideremos correcto ya no está en nuestras manos. Y, si para bien o para mal, está por verse, la IA sabe aprender y mejorar por sí sola. No nos necesita en ningún sentido.
Ante esta omnipresencialidad, tenemos que entender que tanto en nuestras vidas privadas como profesionales, el futuro lo compartiremos -quizás por primera vez en nuestra historia como humanos- con una inteligencia distinta a la nuestra. Aún no sabemos si esta será mejor a la nuestra o no. Lo que sí deberíamos entender a partir de aquí es que nuestra postura hacia esta tecnología debe ser distinta a la que hemos utilizado con cualquier otra anterior. No es más de lo mismo.
En el mundo de las organizaciones, debemos preguntarnos cómo generar valor a través de la IA. Sin embargo, hoy parecemos más preocupados en tratar de proyectar en qué áreas impactará más o menos el poder de la IA y con qué resultado.
Con esto, no solo nos quedaremos siempre cortos, sino que corremos el peligro de quedar a merced de la fuerza que es la IA. La reciente carta suscrita por más de 200 músicos y cineastas, advirtiendo ante el crecimiento del uso descontrolado de la IA, nos da una noción de lo que esto significa.
Como decíamos, la IA no es un robot. Es una fuerza que sabe aprender por sí sola. Eso significa que, en un futuro no tan lejano, los humanos estaremos conviviendo con la inteligencia artificial más que usándola. En esa convivencia, la IA nos permitirá avanzar en tres ámbitos concretos: ahorrar tiempo (automatización), sumar potencia (escala) y desarrollar nuevos productos y servicios (innovación). Sin embargo, en esa convivencia, nuestra inteligencia humana y emocional deberá saber integrarse y complementarse con la inteligencia artificial. Lograr esa complementariedad definirá nuestro éxito o fracaso con la IA. Uno de los ámbitos donde mejor se puede entender esa convivencia es, por ejemplo, en nuestra forma de liderar. Si antes nos podíamos basar únicamente en nuestra experiencia y en nuestra empatía para movilizar a quienes tenemos a cargo, la IA ahora nos permite trabajar también con el poder de los datos, reduciendo los posibles sesgos que trae nuestra experiencia.
Entonces, está claro está que la IA nos permite mejorar el “qué” (productos y servicios) y el “cómo” (automatización). Sin embargo, para poder formular esas preguntas de forma correcta, la primera pregunta es otra: “¿para qué?”. Como también nos recuerda siempre Simon Sinek, debemos cuestionar qué tenemos que cambiar en nuestras compañías para aprovechar la IA. Por ejemplo, qué área deberíamos adaptar, qué equipo rearmar o qué producto o servicio discontinuar. La pregunta debería ser, primero, para qué queremos aprovechar la IA para poder generar valor. Y esto deberá ser siempre pensado desde el propósito de nuestra compañía, empresa u organización. Porque solo desde nuestra razón de ser como empresa podemos generar genuinamente más valor, escalando con la ayuda de la IA.
Si no pensamos nuestra unión con la IA desde allí, únicamente estaríamos sumando variables a nuestro modelo de negocio en vez de valor agregado. Recordemos: el aporte de la IA no es solo sumar competencias tecnológicas, sino permitirnos potenciar nuestro modelo de negocio hacia el futuro y así nuestra razón de ser como compañía.
Trabajando con la IA desde el “para qué” logramos integrar la IA a nuestro modelo de negocio como una fuerza, no como una simple tecnología, que coexistirá con nosotros; aprenderá a la par de nosotros y evolucionará junto a nosotros. Desde el “para qué” comenzamos a forjar una relación de asociatividad con la IA. Es en el “para qué” que nos relacionamos con la IA y actuamos en consecuencia. Que la inteligencia -para saber reconocerlo- nos acompañe.
Por Alejandro Goldstein, socio director de Olivia Chile.