La diversidad sigue siendo uno de los desafíos más grandes para nuestras organizaciones. La buena noticia: ser distinto hoy se convirtió en un valor. La mala noticia: nos falta aprender a cultivarlo.
Hace unos años, un conocido me comentó que su hijo de 10 años padecía de una etapa de dislexia. En la escuela, allá lejos en los años 90, le recomendaron cambiar a su hijo de instituto escolar. La razón que le dieron: “Su hijo no es normal”. El veredicto, emitido entonces por el director del instituto, reflejaba dos cosas: una incapacidad pedagógica galopante y una época aún atrapada en prejuicios de principios de siglo. Sin embargo, la mejor respuesta la daría el propio hijo de mi conocido. Por la noche, reunidos alrededor de la mesa familiar para cenar, el niño aprovechó una pausa en la conversación de sus padres y preguntó: “Mamá, ¿qué es ser normal?”.
En estos días, la pregunta y la situación me asaltan de forma recurrente. Nuestras organizaciones se debaten hoy ante múltiples desafíos: desde la digitalización hasta la necesidad de retener y atraer el mejor talento posible para, justamente, poder acentuar nuestra ventaja competitiva desde la diferenciación en un mercado globalizado, con empresas trabajando 24/7, alrededor de un mundo que ya no entra en un estándar. En otras palabras, sabemos que necesitamos ser diferentes, pero aún no sabemos, ni qué significa ni cómo cultivarlo. Dos son los pasos que nos enseñan aquellas organizaciones que lograron convertir su diversidad en un activo, para hacer lo propio en las nuestras.
El primer paso pasa por reconocer nuestras diferencias puertas adentro de nuestra empresa y organización. Ello requiere trabajar activamente para visualizar aquellos puntos y áreas donde nuestra diversidad más se manifiesta. Luego, desde allí aprovechar para declararnos alegremente “anormales”. Porque, reconozcámoslo, es justamente en esos puntos donde nos podemos diferenciar de quienes nos rodean. Es aquí donde guardamos -muchas veces sin saberlo- nuestra principal propuesta de valor: una mirada propia e individual como organización sobre la realidad que todos ven. Porque no es la tecnología; tener la última aplicación; el capital que invirtamos en talleres de innovación; o los expertos que invitemos a nuestras oficinas para que nos enseñen a ser diferentes lo que nos lleva a ser valiosos para el futuro. Es la apertura de mente con la cual nos interpelamos en cuanto a cómo y por qué estamos haciendo lo que hacemos como empresa. Es nuestra apertura de mente, la que nos ayuda a identificar nuestra razón de ser como organización. Esa apertura de mente se sostiene en la capacidad de nuestros equipos y de nuestro talento para identificar e interpelar dónde nuestra visión hace a la excepción de la regla; dónde nuestra mirada es distinta a la del resto; dónde nuestra diversidad hace a ese mix de interpretación por el cual nuestra compañía puede ofrecer una propuesta única.
El segundo paso para aprovechar nuestra diversidad innata- que tenemos como organización que es todo grupo humano- requiere que ese reconocimiento y celebración de lo distinto -también de lo opuesto- debe atravesar nuestra cultura organizacional en modo 360º. Desaprovecharíamos su poder de transformación si la limitáramos a ámbitos políticos o de protocolo.
Reconocernos como organizaciones diversas requiere establecer ritos y costumbres que celebran y le dan un espacio de acción a esa visión distinta entre nuestros equipos, entre nuestros pares, ante nuestra cadena de proveedores y nuestra cadena de valor toda. Dicho de otra forma: si uno no está dispuesto a abrir la mente para desafiarse y aprender; para probar y errar; ni la tecnología, ni la inversión pueden ayudar.
Un muy buen ejemplo de cómo una mente que reconoce y aprovecha la diversidad como un activo, nos lo refleja la actual fiebre por todo lo que es dato. Como nunca antes, los humanos contamos con las herramientas de procesamiento e incluso de inteligencia artificial para indagar, dimensionar y escalar (casi) todo lo que hacemos en base a datos. Sin embargo, solemos olvidar que esos datos no son otra cosa que información. Si no somos capaces de acercarnos a ese mundo con una mente lo más libre de sesgos posible nunca podremos reconocer los patrones que nos devuelve ese mundo. Por lo tanto, nunca sacaremos todo el provecho que podríamos sacarle. Saber aprovechar el mundo de los datos requiere (re)unir la matemática con los humanos sobre una base libre de prejuicios, que reconoce en lo distinto el valor.
Es esa también una de las lecciones que hemos tenido el privilegio de aprender en Olivia: el trabajo en un ambiente multicultural, con colaboradores de todos los continentes, de todas las culturas, de todas las religiones; nos enseñó la riqueza que conlleva la diversidad entendida como una cultura y no como un programa. Es por eso, también que como consultores nos desafiamos a ayudar a nuestros clientes a abrir su mente – a desafiarse a sí mismos- para que (se) permitan abrazar y aprovechar la diversidad de pensamiento. Para que sean ellos mismos los que sepan definir qué es y qué no es, ser normal.
Por Claudio Ardissone, Managing Director de Olivia Paraguay.