La inteligencia artificial acelera todo, pero su verdadero potencial se libera cuando la integramos con validación rigurosa y la irremplazable experticia humana, tanto en el mundo laboral como académico.
Seguimos en la montaña rusa. La inteligencia artificial (IA) sigue acelerando la transformación, y vivimos en un vértigo donde las noticias y el desarrollo de la IA giran constantemente. Como ya hemos dicho, la IA no cambió las reglas del juego, solo “apretó el acelerador”. El verdadero desafío sigue siendo el mismo: adaptarse a tiempo y con criterio. Pero en este entorno de velocidad vertiginosa, surge una pregunta clave: ¿Cómo aseguramos que estamos utilizando la IA de forma efectiva y con valor real, más allá de la mera implementación?
La IA: potencial ilimitado, pero no soluciones mágicas
La IA generativa está en todas partes. Un comunicado reciente del Foro Económico Mundial indica que el 65% de las organizaciones están experimentando con IA generativa. Vemos modelos digitales, prompts, automatizaciones que redactan, programan, diseñan. En este contexto, surge la tentación de confiar ciegamente en la IA para todo, desde generar materiales de estudio hasta planes complejos de gestión del cambio. Sin embargo, el camino desde la experimentación hasta el impacto a gran escala sigue siendo un obstáculo importante. Solo el 16% de las empresas están preparadas para la reinvención impulsada por la IA, y el 74% enfrenta barreras críticas para escalar soluciones de IA.
Esta brecha entre potencial y resultados reales nos lleva a una reflexión fundamental: si la IA puede generar contenido, estrategias y hasta planes completos con un simple prompt, ¿dónde está el valor diferencial? ¿Por qué una empresa invertiría en consultoría especializada para desarrollar un plan de transformación cultural cuando aparentemente una IA podría “entregar la receta” en minutos o un joven dedicaría horas y horas a formarse si puede encontrar un atajo utilizando estas herramientas?
Aquí es donde debemos hacer una pausa reflexiva. La habilidad más escasa sigue siendo la más básica: saber pedir. Pero en esta nueva etapa, no basta solo con formular bien el prompt. El desafío es qué hacemos con lo que la IA nos entrega.
El rol ineludible de la validación humana
Hace poco escribí sobre cómo la reciente experiencia de los deepfakes en elecciones argentinas dejó una lección clave: la tecnología avanza más rápido que nuestra capacidad cultural para adaptarnos a ella. La información hoy está sujeta a un nivel de manipulación tan elevado que nos obliga a reconsiderar los pilares de la toma de decisiones. Esto aplica directamente al contenido generado por IA: si bien es una herramienta poderosa, puede cometer errores.
Por ello, la clave para un uso inteligente de la IA no reside solo en la herramienta en sí, sino en la autonomía para usarla bien y, fundamentalmente, en la intervención y el criterio humano. Se destacan tres pilares fundamentales que nos diferencian de la máquina y agregan valor crítico:
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La base del conocimiento y la metodología específica: Un plan o material generado por IA solo será efectivo si se basa en un conocimiento profundo y una metodología validada. No es solo pedir a la IA que “genere material”, sino alimentarla con gran variedad de material sobre cómo se estudia o un plan basado en una metodología de trabajo que se adecúa a la cultura del país o de la empresa. Esto garantiza la relevancia y la contextualización.
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La validación por especialistas: La IA puede generar, pero la calidad se asegura con la validación humana. Así como un equipo de especialistas validan aleatoriamente el contenido educativo, en consultoría, especialistas deben validar que esto que se está proponiendo pueda tener el impacto que se requiere en el negocio. Además son las personas las que conocen, más allá de las variables técnicas, a quienes conforman la organización y sus motivaciones, su forma de pensar y relacionarse con los equipos de trabajo.
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Medición, ajuste continuo y toma de decisión: La transformación, ya sea educativa u organizacional, no es un plan estático. Los resultados de la IA, como cualquier estrategia, deben ser medidos y ajustados en el tiempo. La adaptabilidad no es opcional, es la única ventaja competitiva real. Esto implica rediseñar sin miedo, experimentar, aprender del error y usar las herramientas como complemento para tomar buenas decisiones.
El liderazgo ágil y la revalorización de lo humano
Este enfoque requiere un nuevo tipo de liderazgo ágil. Un liderazgo que no se asusta con la velocidad, sino que la comprende. Que fomenta la curiosidad en lugar del control y premia el uso inteligente y diverso de herramientas. La discusión no debe ser “¿Usamos ChatGPT o no?”, sino “¿Entrenamos a las personas para entender y elegir?”, y más profundo aún, ¿tiene nuestra gente las capacidades estratégicas para absorber, analizar y reformular cuando hay que adecuarse a los contextos o los resultados obtenidos?
En este contexto, la reflexión sobre el valor de la experiencia humana se vuelve más profunda. Un reciente artículo de The New Yorker, titulado “¿Sobrevivirán las humanidades a la inteligencia artificial?”, plantea que la IA podría relegar las tareas de investigación y escritura rutinarias, liberando a la humanidad para volver a lo que realmente importa: la experiencia vivida, el pensamiento crítico y la conciencia histórica que las máquinas no pueden replicar. En otras palabras, volvemos a la idea de que el verdadero diferencial no reside en la generación de contenido, sino en la capacidad única del ser humano para dar sentido, contextualizar y aplicar el conocimiento.
El valor de las relaciones de confianza
La IA generativa, sabemos, puede fabricar realidades adulteradas y su proliferación impulsa una mayor búsqueda de contacto humano y fuentes verificables. Las relaciones directas y las redes de confianza interpersonal se convierten en mecanismos vitales de verificación. La experiencia humana, el conocimiento profundo y la capacidad de discernir y adaptar son el diferencial real.
La IA es una herramienta poderosa, un acelerador de lo que ya estaba en marcha. Pero su verdadero potencial se libera cuando la integramos con validación rigurosa, adaptabilidad constante y la irremplazable experticia humana para tomar decisiones sobre esta. Como sociedad y en nuestras organizaciones, debemos desarrollar una nueva alfabetización digital que nos permita cuestionar, verificar y rastrear la fuente de información de manera reiterada antes de actuar.
La organización del futuro, así como el aula del futuro, se construye con líderes que abrazan la incertidumbre y convierten la tecnología en una aliada, entendiendo que lo importante del viaje, con o sin IA, es cómo lo encaramos. Es en esa pausa reflexiva y en la confianza en el criterio humano donde reside el futuro de nuestras organizaciones.
Porque al final del día, las herramientas evolucionan, pero lo que nos distingue como humanos —la capacidad de validar, contextualizar, adaptar y elegir— se vuelve más valioso que nunca. La pregunta no es si la IA nos va a reemplazar, sino si vamos a ser lo suficientemente inteligentes para usarla como lo que es: una herramienta extraordinaria que amplifica nuestras capacidades, pero que no podrá reemplazar nuestro criterio.
Por Marcelo Blechman, socio de la consultora Olivia.