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Es lunes temprano y todos los diarios y portales web informativos están abarrotados de noticias. Dan crónica de un fin de semana intenso y agitado para Latinoamérica. En forma simultánea mientras en Argentina se elegía nuevo presidente, congresistas y también algunas gobernaciones, en Uruguay la población elegía quién lo gobernaría los próximos años y en Colombia, casi todas las regiones se disputaban sus alcaldías.

Si a esto le sumamos las elecciones presidenciales en Bolivia de hace tan solo algunos días y los acontecimientos en Ecuador y Chile de las últimas semanas, nos encontramos en semanas donde podemos decir que los ciudadanos de la región estuvimos más activos que nunca.

Es llamativo que podemos encontrar un patrón común en las múltiples elecciones que tuvieron lugar durante los últimos días: una fuerte polarización entre 2 modelos de gestionar muy enfrentados. Balottage en Uruguay y Bolivia (a la espera de la confirmación de la OEA), elecciones muy cerradas en las principales regiones de Colombia con candidatos ganando por pocos puntos porcentuales y una elección en Argentina donde casi el 90% del electorado se distribuyó entre 2 candidatos (sin que esto fuera un ballotage).

La región parece haber quedado enredada en un binomio constante en donde lo que se decide en cada elección y con cada voto, no es únicamente un conjunto de políticas y plataformas de propuestas, sino más bien con qué modelo de valores queremos ser conducidos. Se enfrentan maneras diferentes de liderar un pueblo.

Y he aquí el punto más preocupante: parecería que en la actualidad no logramos compartir los mismos valores con nuestros propios conciudadanos. Es como si en una organización, la mitad de las personas que allí trabajan creen en unos valores y la otra mitad en otros, ¡y cada uno pone en práctico los suyos! Esa organización probablemente colisione en cualquier momento. Tiene una cultura organizacional frágil y endeble.

Hoy está a la luz de todos, una Latinoamérica frágil y endeble. Pero, ¿podemos salir adelante? ¿Cómo? El primer paso parece ser generar un acuerdo sobre cuáles son los valores y principios con los cuales queremos (todos, sin importar de qué lado de la polarización estemos) vivir y convivir más allá de las recetas de éxito que cada partido nos traiga luego. Este no es un compromiso de los líderes políticos, es un compromiso que debemos asumir todos los ciudadanos civiles: con nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo, nuestros vecinos y con el prójimo.

Es momento de poner en juego en un nuevo ámbito (el cívico), todas esas herramientas que tanto nos incentivan a utilizar en nuestros trabajos: la empatía, la inteligencia emocional, el pensamiento flexible y el aprendizaje continuo.
¡Ojo! No se trata de que todos pensemos igual (bienvenida sea la diversidad de ideas) sino más bien de que tengamos la capacidad de que, incluso en el disenso, dirigirnos hacia el mismo norte común. Al fin y al cabo, los valores que proclamamos tenemos que verlos puestos en acción.

Por Ariel Berinstein,
Gerente de Transformación de Olivia

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