Independencia como habilidad y liderazgo como apuesta humana.
En tiempos de IA y cambio constante, liderar implica romper con lo obsoleto, entender lo humano y diseñar una nueva independencia colectiva.
Cada 9 de Julio conmemoramos un hito fundacional: la decisión colectiva de un grupo de líderes de declarar la independencia y asumir el destino de un nuevo país. Más allá del gesto político, aquel momento fue un acto de liderazgo radical, una toma de posición frente a un contexto de incertidumbre, dominado por tensiones geopolíticas, crisis económicas y estructuras heredadas que ya no daban respuestas.
Hoy, en pleno siglo XXI, los tomadores de decisión nos encontramos frente a desafíos de escala similar. La revolución digital y la irrupción de la inteligencia artificial nos obligan a revisar qué significa liderar, transformar y construir futuro. Y si hay una palabra que puede conectar 1816 con 2025, esa palabra es independencia. Pero no como un punto de llegada, sino como una capacidad a desarrollar.
La independencia hoy no se declara, se diseña. Y no tiene que ver con romper con una metrópoli, sino con romper con modelos mentales obsoletos, con culturas de control que ya no se adaptan al entorno, con sistemas organizacionales que premian la repetición en lugar de la creatividad.
Desde nuestra experiencia vemos que los liderazgos más efectivos no son los que tienen todas las respuestas, sino los que hacen las mejores preguntas y persiguen un bien superior. Liderar ya no es conducir desde la certeza, sino desde la capacidad de interpretar señales débiles, leer patrones de comportamiento humano, anticipar quiebres culturales y generar condiciones para el aprendizaje continuo.
Las nuevas skills de liderazgo que acompañan este tiempo no son tecnológicas, aunque se ejerzan en entornos tech. Son profundamente humanas: empatía, escucha activa, pensamiento crítico, coraje para decidir con información incompleta, visión sistémica para conectar impactos a largo plazo. Los líderes del futuro serán aquellos que puedan combinar sensibilidad social con agilidad estratégica, sin caer en la parálisis del análisis ni en la sobreoptimización de corto plazo.
En ese sentido, comprender el comportamiento humano deja de ser un activo de nicho para convertirse en una ventaja competitiva. No alcanza con saber qué pueden hacer las tecnologías; es imprescindible entender qué desean, temen y esperan las personas que las usan, las implementan o las sufren. Porque toda transformación digital es, en el fondo, una transformación organizacional. Y toda transformación organizacional es, antes que nada, una transformación humana.
Volviendo al 9 de Julio, los congresales de Tucumán no tenían garantías. Solo intuiciones, convicciones y una lectura aguda de su contexto. Hoy, los líderes de organizaciones enfrentan algo similar: no hay mapas, hay brújulas. Y la brújula más confiable no es el último informe de tendencias, sino la capacidad de construir confianza, sentido y propósito compartido.
Quizás la mejor forma de honrar aquel legado no sea evocarlo solo como una fecha patria, sino como un recordatorio de que toda independencia es, también, una apuesta al futuro. Una apuesta que exige liderazgo un liderazgo más humano partiendo del profundo entendimiento de las personas a las que estamos guiando.
Por Ezequiel Kieczkier, socia de la consultora OLIVIA.