Albert

El panorama que deja COVI19 es desafiante a primera vista para las organizaciones. Sin embargo, una segunda mirada revela un horizonte diferente con espacio y libertad para aprovechar tanto el talento disponible como la ansiedad que tenemos por trabajar. El secreto está en entrar en acción.

Se suele decir que la bolsa anticipa el futuro o, por lo menos, la economía. La noticia del avance en materia de vacunas contra el COVID, que dejan las pruebas elaboradas por las empresas BioNTech / Pfizer pueden entenderse así: el día que se conoció la buena noticia, los valores de empresa tecnológicas cayeron y las de las aeronáuticas volvieron a levantar vuelo. Lo mismo se repitió pocos días después, cuando la firma Moderna informó que su vacuna de prueba mostró un 95% de efectividad.

Ambas noticias revivieron la sensación -sino la ansiedad- de que la normalidad post pandemia esté a punto de empezar. Es una ansiedad que como líderes no podemos dejar de monitorear contener. Porque conlleva el peligro de una ilusión: la ilusión de poder esperar el “rescate” de una coyuntura que vuelve a arrancar o una ayuda estatal que permite cubrir esa última milla mientras el mercado se recupera. Cuán fácil se nutre esta ansiedad, se puede ver con un ejemplo de España.

En el país europeo, por ejemplo, la economía sumó en el mes de octubre 113.974 cotizantes al sistema de aportaciones (Seguridad Social). Esto no solo representa un plus de 0,6% respecto a septiembre sino, también, un máximo histórico mensual, según los datos oficiales. Sin embargo, el mismo dato revela que, en lo que va de 2020, el el sistema perdió nada menos que 447.062 de aportantes (un 2,3%) por el impacto de la crisis sanitaria y económica que generó COVID19

El mensaje que queda es confuso y hace aún más crítica una pregunta para quienes lideramos organizaciones, equipos, personas: ¿esperar o actuar? La respuesta pasa por reconocer algunos hechos tan simples como concluyentes.

 

El fin del mito

La pandemia puso en movimiento cambios y transformaciones que ya nadie cuestiona. Como líderes de organizaciones, nos obligó a salir del “modo avión” y con toda su crudeza, nos obligó a levantar la mirada, buscar nuevas alternativas y probarlas. 

A quienes la aprovecharon para entrar en acción, el camino les enseñó que había múltiples formas para hacer lo que hacíamos. Derribó el mito de la verdad única a la hora de hacer negocios. Ello permitió (¿exigió?) indagar e imaginarse más de un escenario posible para el futuro, ampliando la visión y las habilidades para darle sentido y adaptarse a más de un escenario potencial que pueda generarse en los tiempos venideros. En definitiva, no hizo otra cosa que obligarnos -en el mejor de los casos- a dejar de pensar (y sufrir) el futuro en variables de “será bueno / malo” (y evitarlo) para hacerlo en términos de “cómo puedo imaginármelo, moldearlo”. O para decirlo de otra forma: librarnos de la “tiranía del presente”, como lo recomendó también J. Peter Scoblic recientemente en el Harvard Business Review.  

A quienes, en cambio, prefirieron esperar, los hizo esclavos (y a su organización) del contexto: de que el mercado mejore, de que la demanda aumente o de que finalmente lleguen las ingentes ayudas que gran parte de los Estados están inyectando en sus economías. Porque por más bien recibidas que puedan estar, las ayudas nunca dejan de ser una muleta que nunca probó ser sustentable en el tiempo.

Entonces, una de las mejores noticias para nosotros y para nuestras organizaciones es asumir que estamos solos. ¿Qué mejor punto de partida para aprovechar la experiencia acumulada; el talento disponible y la ansiedad que tenemos todos de trabajar -esta vez sí- por el propio futuro? Porque, recordemos, la iniciativa para sufrir o aprovechar la situación es enteramente propia y no necesita la ayuda de nadie. 

Por Alberto Bethke, CEO y Socio de OLIVIA

 

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