Nuestras organizaciones afrontan no solo la transformación de las variables del negocio. También deben hacerse cargo de la responsabilidad que les exige -como nunca antes- un mundo en busca del nuevo set de reglas éticas que ordene el presente.
En tiempos de monedas virtuales; autos voladores; turismo espacial, producción en línea; comunicación por datos y educación virtual, estamos obligados a hablar de ética. Y eso más que nunca, ya que estas son solo algunas de las transformaciones que en el último año se hicieron parte de nuestra vida. En su conjunto reflejan un cambio de paradigmas en el que -quizás por primera vez en nuestra historia- nuestras organizaciones tienen un papel protagónico. La lucha contra la pandemia acentuó la demanda de nuestros consumidores, clientes y proveedores por hacer foco en ámbitos que hasta hace no tanto tiempo eran demandados por apenas una minoría.
La sostenibilidad; el uso de nuestros datos y la nueva dinámica de trabajo (modelos híbridos) son algunos de los principales. Por su parte, tuvimos que aprender a incorporar la intimidad como ya lo comentamos. Finalmente, se nos exige saber gestionar también poblaciones vacunadas y no vacunadas, con las tensiones que ello pude generar, como bien lo refleja el debate que esto genera en el marco de la Opinión Pública.
La RAE define a la ética como: “El conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida.” Como tal, la ética define normas explícitas para los profesionales, “a fin de garantizar que actúen correctamente cuando la moral personal entre en conflicto con el deber profesional.” Puede decirse entonces que la ética define los principios que guían nuestro comportamiento entre el bien y el mal y los acuerdos que se cierran en consecuencia. Nos lo anticipaban hace algunos años John Izzo y Pam Withers en su trabajo: “Value Shift: The New Work Ethic and What it Means for Business”.
Sin embargo, en los últimos dos años, el ámbito de influencia de nuestras organizaciones sobre qué es bueno y qué es malo se amplió a dimensiones desconocidas. Por eso, saber hacernos cargo de esa responsabilidad requiere de un nuevo set de reglas éticas. Entonces, si algo nos exige este nuevo tiempo es entender cuál es la ética que regirá de acá en más nuestros acuerdos con nuestro ecosistema. Estamos llamados a reordenar el marco de valores que regirán nuestra convivencia como individuos y grupos humanos. Nuestros clientes (internos y externos) así lo esperan. ¿Cuán preparados estamos para eso?
La buena noticia es que las empresas hoy, en este mundo en cambio, tienen una oportunidad. Según el último Trust Barometer que elabora la consultora Edelman cada año a nivel global, la empresa es la organización que más confianza genera en este mundo. En la edición 2021, la investigación, que encuestó a más de 33.000 personas alrededor del mundo entre mayo 2020 y enero 2021, las empresas superan tanto a ONGs, gobiernos y medios en 18 de los 27 países encuestados. Más aún, en el cuadrante que compara las competencias éticas de los cuatro sectores, las organizaciones no solo ganan sino que mejoran su posición contra la edición 2020 del estudio. En un mundo que aún busca su rumbo en medio de la batalla contra el virus, de desastres naturales en aumento y una economía global que arranca a distintas velocidades, nuestros colaboradores miran a las empresas como uno de los pocos puntos fijos donde orientarse.
Crece el temor entre los encuestados a perder el puesto de trabajo. Con una tasa del 53 puntos, el “Miedo al desempleo” es la principal preocupación, delante de “Cambio Climático” (40 puntos) o “Sufrir un robo informático” e “Infectarme de COVID19” (ambos con 35 puntos). A estos temores coyunturales se suman los sistémicos acelerados por la pandemia. Un 56% de los consultados reconoce su inquietud por que la transformación digital que incentivó el último año podría “acelerar la velocidad con la que las compañías reemplazarán a trabajadores humanos por soluciones de Inteligencia Artificial o robots”. Ante esos temores, las empresas hoy representan la primer “línea de defensa” para muchos. Aprovechemos, esa confianza.
El desafío es que tenemos que generar ese nuevo marco ético sobre la marcha. Ni hay un campo de investigación disponible, ni casos de éxito que nos puedan servir de guía. Y si bien las reglas de compliance que hemos elaborado y fijado en los últimos años pueden significar una ayuda, es bueno resaltar que, ante la profundidad del cambio que estamos transitando, estamos obligados a marcar el camino, según nuestras propias experiencias. Entonces, no solo tenemos que ejecutar este replanteo ético, sino que, además, debemos inventarlo sobre la marcha. Porque, como bien lo resume la experta Paula Davies: “Los programas más eficaces de compliance se sustentan en culturas organizativas éticas que se basan en principios y comportamientos éticos y que se transmiten como tales. Que esta efectividad de principios se cumpla depende, en parte, de que nuestros líderes, gerentes y compañeros modelen actitudes y comportamientos éticos en la práctica y que demuestren de esta forma proactivamente la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos como organización".
Entonces, si el marco ético requiere una redefinición desde lo cultural, su éxito dependerá de realizar ese reseteo, involucrando a la mayor parte de nuestro ecosistema. Principalmente, nuestros colaboradores y proveedores, nuestros clientes. Es más, me animo a anticipar que la organización que no sepa responder con su accionar a las demandas éticas que hoy marcan bien corre peligro a quedarse rezagada más temprano que tarde en la competencia que se avecina post COVID. Pocas veces la cultura y la ética estuvieron tan cerca de aprovecharse una a la otra y nosotros a ambas.
Por Alejandro Goldstein, Socio Director de OLIVIA