Por Gabriel Weinstein, socio director de Olivia España | El mundo parece haber dejado atrás su ciclo de crecimiento para entrar en una fase de crisis permanente.
Para entenderlo y actuar sobre ello, necesitamos aplicar una regla tan simple como difícil de conseguir: si somos capaces de mantener la calma, tendremos mayores posibilidades de salir airosos de la tempestad y transformar la crisis en oportunidad.
Las imágenes de una lluvia de misiles que acaba de caer a pocos metros de un edificio de viviendas; una pandemia global causada por un virus del que, en realidad, poco sabemos; la inflación aumentando a doble dígito; conductores de camiones que interrumpen la cadena de suministro en reclamo de mejores salarios; sitios web oficiales y particulares hackeados que reclaman un rescate económico… Y así podríamos continuar con un sinfín de ejemplos más.
En los últimos tiempos, el mundo parece haberse salido de su eje. Los países desarrollados nos habíamos acostumbrado a ver cómo nuestra sociedad iba evolucionando y mejorando, en líneas generales, su nivel de vida.
Con los servicios básicos esenciales garantizados y una economía del bienestar, digamos que pudiera parecer que los principales problemas estaban resueltos. Sin embargo, hoy parecemos enfrascados en una dinámica de “crisis continua”. Ya no podemos distinguir entre una crisis y la otra, y tampoco cuánto nos va a cambiar la vida a raíz de ello. Y mucho menos si estamos ante una crisis real o ante una percepción basada en el miedo ante aquello que podría ser pero que tal vez nunca será. En este sentido, puede resultar de gran utilidad pararnos a pensar cuán cierto es lo que sentimos, lo que vemos y lo que escuchamos, y cuánto importa esto a la hora de liderar nuestras compañías y organizaciones.
El origen de la crisis
Según la RAE, una crisis se define como “un cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que estos son apreciados”. En esta definición, podemos identificar tres elementos significativos:
- Una crisis es, ni más ni menos, un cambio respecto a una situación previa, a la cual podríamos llamar statu quo.
- Esta crisis o cambio profundo trae consigo consecuencias que aún no podemos comprender en toda su dimensión.
- Una crisis no siempre es una realidad, puede ser solo una percepción.
Estos tres elementos nos permiten responder dos preguntas clave: ¿Estamos realmente ante una “crisis”? Y, en tal caso, ¿por qué nos duele tanto?
Para responder a la primera pregunta, primero debemos identificar el dolor que una crisis nos genera personal y organizacionalmente, debemos comprender nuestra esencia como seres humanos. Una crisis es un cambio, y habitualmente decimos que las personas, por naturaleza, rechazamos los cambios. Pero esto no es del todo cierto: ninguno de nosotros rechazaría una mejora en el salario o en el puesto de trabajo. Las personas somos cambio, esa es nuestra esencia real. La vida es un cambio constante.
Por tanto, el problema no es el cambio per se, sino la pérdida que ese cambio conlleva. Es ahí cuando “duele”. Esa es la consecuencia a la que hace referencia la RAE.
Para responder a la segunda podemos conectar con nuestra infancia. Todos hemos vivido, de niños, situaciones en las que teníamos miedo, por no poder ver qué había en la oscuridad de la noche, o no saber si hay alguien detrás de una cortina que se mueve. La incertidumbre de lo que nos podía ocurrir, el temor por lo que vendrá. Ahora bien, cuando llegaba la luz, o si nos atrevíamos a mover esa cortina, encontrábamos que no había nada más que el aire entrando por una ventana abierta. Rápidamente nos dábamos cuenta de que habíamos caído en la trampa de nuestra propia imaginación, que era todo fruto de nuestra percepción. Entendíamos que nuestro temor no tenía una base real sobre la que sostenerse. Pues bien, lo mismo ocurre con algunas crisis.
Por Gabriel Weinstein, Socio y Managing Partner de Olivia para Europa
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