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El regreso de Altman significa que ha conseguido los acuerdos necesarios para que el avance de la inteligencia artificial no tenga freno

Estos días, los medios de todo el mundo se hacen eco de un nuevo culebrón tecnológico: el del despido de Sam Altman, CEO de OpenAI, su inmediata contratación por parte de Microsoft y su retorno como máximo ejecutivo de la compañía que dio vida a ChatGPT. Y todo, en tan solo cinco días. Por lo que parece, Altman mantenía firmes desavenencias con la junta directiva de la startup porque él quería llevar al máximo nivel el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) y poner todo su potencial a disposición del mundo, pero los miembros de la junta preferían avanzar de una forma más pausada.

Su regreso significa que ha conseguido los acuerdos necesarios para que el avance de la IA no tenga freno, por lo que debemos prepararnos para vivir su rápido despliegue y comprobar todo aquello de lo que es capaz. Y si nos atenemos a las pruebas de lo que ha conseguido ChatGPT en su primer año de vida, las expectativas son ilimitadas.

El 30 de noviembre de 2022 se lanzó oficialmente este novedoso sistema de generación de texto basado en inteligencia artificial predictiva que ha causado una verdadera revolución, movilizando a gobiernos y organizaciones en todos los niveles.

La penetración de ChatGPT en solo un año ha sido brutal. Según Reuters, en los dos primeros meses consiguió 100 millones de usuarios activos, y en este año ha interactuado con más de 500 millones de usuarios de todo el mundo. Su uso se ha instalado en campos tan diversos como la atención al cliente, la escritura creativa, la enseñanza, la propia programación y casi cualquier área.

En realidad, la IA hacía años que existía, y se aplicaba en diferentes sectores. De hecho, la primera definición de IA la ofreció en 1956 el informático John McCarthy. Sin embargo, el punto de inflexión ha sido evolucionarla hacia una inteligencia generativa. Esto es lo que ha conseguido OpenAI, y lo que la convierte en una de las compañías con mayor potencial de crecimiento a nivel global.

La clave del éxito de ChatGPT es esa sensación de que podemos plantearle cualquier tipo de problema, usando nuestro lenguaje natural, y la herramienta nos devuelve una solución, sin requerir ningún conocimiento técnico, con una interfaz muy sencilla de usar, como si utilizáramos cualquier navegador. Detrás hay un modelo llamado LLM (Large language model), capaz de procesar ingentes cantidades de datos y generar, en función de la entrada, una respuesta adecuada. Además, el modelo evoluciona y aprende en función del feedback proporcionado por el usuario.

ChatGPT ha demostrado ser una herramienta muy útil para generar contenido de forma rápida, ya sea para fines profesionales o personales. Además, ha contribuido a fomentar la productividad, la diversión y el aprendizaje de idiomas, ya que permite generar textos en diferentes formatos, tonos y lenguas.

Desde este punto de vista, la criatura de OpenAI genera una inteligencia aumentada, ofrece la capacidad de que la inteligencia humana pueda focalizarse en sus fortalezas, como la creatividad, el pensamiento crítico o el impacto de las emociones, y no consuma tiempo en tareas rutinarias sin valor.

Hasta aquí todo suena estupendo. Pero como casi todo, el uso que se hace de esta herramienta de IA generativa (no la herramienta en sí misma) también puede provocar efectos negativos. Por ejemplo, un informe del Centro de Estudios sobre Ciberseguridad asegura que el 13% de los textos generados por ChatGPT contiene algún tipo de información falsa o engañosa, y el 7% tiene un tono ofensivo o agresivo. También puede afectar negativamente a la calidad del lenguaje, la originalidad y el pensamiento crítico, ya que puede inducir a la pereza, el plagio o la confianza ciega en lo que se lee. Y muy probablemente, contribuirá a ampliar la brecha digital de las personas de más edad, que dificultará su convivencia con la revolución que la IA trae consigo.

Por supuesto, no podemos dejar de citar sus efectos en el entorno profesional. Un estudio de Boston Consulting Group afirma que ocho de cada diez trabajadores españoles cree que la IA puede condicionar de forma significativa el desempeño de sus funciones, y un 44% dice tener miedo de que su puesto de trabajo llegue a desaparecer. Esta percepción provocará un movimiento de resistencia al cambio en las organizaciones que debemos ser capaces de gestionar desde la transparencia, la ética y aplicando buenos esquemas de gestión del cambio.

En cuanto a lo que está por venir, es difícil saber cómo evolucionará ChatGPT en los próximos años, pero sin duda, Sam Altman se encargará de no dejar de sorprendernos. Desde OpenAI esperan que en 2025 la herramienta pueda generar textos de una calidad comparable a la humana, y llegar incluso a superarla en 2030. Además, podría ampliar sus capacidades para generar no solo textos, sino también imágenes, sonidos o vídeos.

¿Estamos preparados para este desafío? Quizá la pregunta que deberíamos hacernos es: ¿qué modelo de sociedad queremos llegar a ser en el futuro, de la mano de la IA? ¿Queremos ser un Iron Man convertido en superhéroe gracias a JARVIS (just another rather very intelligent system), es decir, usar la inteligencia aumentada para fortalecer nuestras propias capacidades? ¿O queremos crear modelos que recuerden a la inteligencia destructiva del sistema Skynet de Terminator, que puedan significar el fin del mundo? La respuesta no la encontraremos en un cómic, sino en la vida real.

Por Oscar Velasco, socio director de transformación de OLIVIA España.

Lee el artículo original de Cinco días   aquí

 

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