George Lucas cumplió hace unas semanas 80 años. Si algo nos probó el creador de La Guerra de las Galaxias a lo largo de su vida es que para pensar el futuro no hace falta una bola de cristal. Podemos imaginar potenciales escenarios futuros basándonos en las señales que nos deja entrever el presente.
Galileo Galilei o Thomas Edison fueron algunos de los que supieron hacerlo y probar la validez de este concepto. Pero también Steve Jobs: mucho antes que su competencia, el creador del iPhone supo ver que el ciclo de vida de los chips nos llevaría a los humanos a manejar el mundo con la yema de los dedos.
Hoy, volvemos a estar en un momento similar. La inteligencia artificial nos interpela y desafía. Sin embargo, a través del diseño de escenarios futuros podemos prepararnos y, mejor aún, anticiparnos. Tanto Lucas como Jobs sirven para entender que los escenarios en los que podemos y debemos animarnos a pensar arrancan con una idea que puede parecer fantasiosa, inverosímil o utópica, pero que, en muchas ocasiones, termina siendo real y práctica.
El futuro como punto de partida
Habitualmente, como personas y como parte de una organización, solemos mirar demasiado al pasado o demasiado el futuro. En el pasado buscamos experiencias vividas, razones para explicar un error (“Dado que no hemos mejorado los ingresos del año pasado…”) o para fundamentar un logro (“Gracias a que reestructuramos esa área…”). Mientras, hacia el futuro, solemos proyectar nuestros objetivos, nuestros deseos y también nuestros miedos y nuestras dudas. Un ejemplo podría ser: “En base a las ventas del último año deberíamos ingresar XX millones si queremos mantener la sostenibilidad económica de la empresa”.
En resumen, el pasado nos permite regocijarnos con nuestros éxitos, nuestras experiencias, y nos invita a tratar de repetirlos, utilizando recetas que ya entonces funcionaron. Y al futuro miramos con esa mezcla de sueños y anhelos a la que se incorporar los miedos y la incertidumbre, sabiendo que, habitualmente, el miedo le suele ganar al sueño.
Cambiemos lo probable por lo plausible
Pero en ambos casos nos olvidamos de una variable clave: el presente. Nuestra realidad actual no suele entrar en nuestra estrategia. Desde la infancia hasta la universidad, pasando por el master o el MBA nos enseñaron que el presente es todo menos valioso. El presente es pasajero, es efímero. El presente es este segundo, este momento. Nada más. Sin embargo, si lo miramos con atención, el presente nos deja siempre señales de lo que está por venir; de las tendencias que comienzan a generarse y de aquellas que comienzan a apagarse.
Estas señales se convierten en una base tangible para proyectar. Porque la pregunta es: ¿Cómo pasamos de lo potencialmente probable a lo fácticamente plausible? El juego de palabras no es casual. Representa un cambio de perspectiva: mi objetivo ya no es prepararme para lo que podría venir, sino prepararme para aquello que las señales de mi presente me indican que está cambiando.
Entonces, cuando identificamos las señales que atraviesan el presente, dotamos a nuestro futuro de posibilidad, de un poco más de certeza, reducimos profundamente la cantidad de incógnitas, aunque pueda aparecer un cisne negro. El futuro deja de ser un espacio amorfo y comienza a convertirse en un conjunto de posibles escenarios basados en evidencias del presente, y no en deseos o temores. Nos alejamos así a un futuro que podemos diseñar, para el cual nos podemos preparar, cuya base tiene su ancla en la realidad del presente.
En eso consiste el diseño de escenarios futuros para las organizaciones: en aprender a identificar la señales que están presentes hoy y proyectar nuestra razón de ser como empresa, nuestro propósito, hacia esa combinación de señales. Hacerlo nos permite dejar de ser observadores de nuestro destino para pasar a diseñarlo.
Steve Jobs no fue el único que supo hacerlo. Ha habido otros que han sabido reconocer señales que otros no ven, cambios de comportamientos que indican qué es lo que está por llegar, y prepararse para ello. Es el caso de John von Neumann y su trabajo en la teoría de juegos y la arquitectura de ordenadores; el de Buckminster Fuller con las cúpulas geodésicas y su enfoque holístico en el diseño sostenible; o el de Alan Turing con su trabajo alrededor de la inteligencia artificial, hasta llegar a Elon Musk o Sam Altman.
Cómo reconocer las señales
Las señales son lo que nos conecta con el futuro, y para poder diseñarlo necesitamos saber reconocerlas y trabajar con ellas. Se trata de aprovechar el presente porque allí se encuentra nuestra materia prima. Porque si miramos el futuro directamente, jamás podremos comprenderlo hasta que sea demasiado tarde y se haya convertido en presente.
Hay señales que habitualmente decidimos ignorar porque no encajan con las reglas de juego del presente, se rigen por reglas del juego que aún no fueron escritas. Podemos verlas, podemos escucharlas, son fácticas, podemos hacer referencia a ellas. Y si han sucedido a lo largo del último año, significa que están vigentes, que no se han desvanecido, que pueden volverse más fuertes y en algún momento convertirse en parte de nuestro mundo.
Diseñar futuros es trabajar todo lo posible para entender mucho más el presente. Se trata de aumentar las probabilidades de ocurrencia de los futuros que nos convengan o de hacer que los futuros más probables nos terminen conviniendo.
En resumen, para prepararnos para lo que vendrá no hay que ser vidente: basta con tomarse el tiempo para enfocar la mirada, identificar las señales e imaginarnos a nosotros y a nuestras organizaciones en ese mundo. Porque todos podemos animarnos a ser un poco George Lucas, pero mucho más, Steve Jobs.
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Por Gabriel Weinstein, socio y managing partner para Europa de Olivia.