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Prepararse hoy para futuros que ya asoman.

Hay un cartel en un parque de Estados Unidos que dice: “Prohibido el uso de drones”. No es especialmente llamativo. No parece esconder una gran historia. Pero lo cierto es que cuando apareció, hace casi una década, fue una de las primeras pistas de que algo estaba cambiando.

Hoy, los drones forman parte de nuestras ciudades: vigilancia, juguetes, televisión…  A esto lo llamamos señal: algo que sorprende, que ocurre ahora mismo y que tal vez -solo tal vez- representa un futuro que ya ha empezado a tomar forma. Las señales son pequeñas interrupciones en la lógica del presente. No son tendencias, ni estadísticas. Son hechos. Y a veces contienen más información que cualquier plan estratégico a cinco años.

Durante décadas, hemos intentado adivinar el futuro proyectando el pasado. Hemos diseñado compañías robustas, resistentes al cambio, pensadas para escalar. Hoy seguimos usando los mismos indicadores históricos para medir, pero el mundo ha dejado de ser estable, predecible y lineal. Estos parámetros ya no nos sirven de la misma forma, pero seguimos necesitando prepararnos, pronosticar posibles sucesos futuros, planificar nuestras acciones para los objetivos que queremos conseguir. ¿Cómo lograrlo? Sustituyendo la bola de cristal por el diseño de futuros.

El diseño de futuros tiene mucho más que ver con las preguntas que con las respuestas. ¿Qué pasaría si la estabilidad política desaparece? ¿O si la producción energética se descentraliza por completo? ¿Y si las señales que hoy ignoramos se convierten en la norma? No se trata de adivinar, sino de construir escenarios posibles, plausibles, probables y - tal vez - deseables, y preguntarnos: ¿qué capacidades debemos empezar a desarrollar ahora para estar listos cuando lleguen? Los escenarios nacen así: de preguntas bien formuladas, no de certezas.

Pensamiento ingenuo para un futuro incierto

A menudo, los grupos de expertos no son los mejores para responder estas preguntas. Llevan demasiado tiempo viviendo bajo un mismo paradigma. Su conocimiento es útil y vital, pero limitado, no. Necesitamos complementar sus planes con perfiles más ingenuos, esos que aún no han aprendido que “eso siempre se ha hecho así”. La mejor mesa de trabajo para diseñar futuros combina experiencia y mirada fresca. Sin una, el diseño carece de realismo. Sin la otra, de imaginación.

Y aunque los humanos tenemos una ventaja evolutiva inigualable: la intuición, ¡cuidado!, en este contexto puede ser una trampa. Porque nuestra mente se basa en patrones, y muchos de los del presente pronto dejarán de existir. Es por eso que algunas compañías contratan guionistas de ciencia ficción para sus equipos de estrategia. No para que escriban novelas, sino para que les ayuden a romper con las reglas conocidas.

Muchas compañías se dicen innovadoras, pero no están dispuestas a explorar lo incómodo, a cuestionar lo que hoy las hace exitosas. Una y otra vez, el panorama económico y empresarial nos muestra que, haciendo una analogía con Charles Darwin, las organizaciones que sobreviven no son las más grandes ni las más rápidas, sino las que mejor se adaptan a su entorno. Las que experimentan y cambian. Las que avanzan en medio de la incertidumbre. Las que tienen una visión clara aunque el camino sea borroso.

No es el futuro que quiero, sino el que podría ser

El futuro, en sí mismo, no es amenazante. Lo es nuestra falta de preparación, nuestra obsesión por el corto plazo. Los KPIs que premian lo inmediato, la cultura organizativa que frena cualquier transformación que no encaje con el trimestre en curso, la comodidad de lo conocido.

Para eso sirven los futuros: no para saber con exactitud lo que vendrá, sino para saber qué dejar de hacer, qué empezar a explorar y qué capacidades conviene desarrollar de inmediato. Cambiar el chip de ‘prever un futuro posible que coincida con nuestro objetivo’ a ‘definir nuestros objetivos según los futuros más probables’.

En el mundo actual, por tanto, diseñar futuros no es un lujo. Es una necesidad. Y no se hace desde la torre de control, sino desde los bordes: donde no se molesta, donde se puede experimentar, donde no todo está reglado. Así nacen las transformaciones profundas. No desafiando el sistema con un cimbronazo, sino desplazando poco a poco sus fronteras.

Porque el mayor riesgo no es equivocarse al imaginar el futuro, sino tener razón… y no haber hecho nada al respecto.

Por Gabriel Weinstein, Managing Partner de Europa para Olivia.

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