DiaMujer

La llegada del hombre a la luna en 1969 fue posible por la contribución de los cálculos matemáticos de una mujer llamada Katherine Johnson (1918-2020). Los cuerpos de seguridad utilizan chalecos antibalas más ligeros y resistentes desde que se hacen a base del Kevlar que descubrió Stephanie Kwolek (1923-2014) mientras trabajaba para Dupont; los autos son más seguros gracias a la mejora en visibilidad que proporciona el limpiaparabrisas inventado por Mary Anderson (1862-1954) y sin duda los alimentos duran más con el método de envasado al vacío creado por Amanda Jones (1835-1914). Como éstas, una cantidad innumerable de mujeres han aportado -desde la casa y fuera de esta- al progreso de la humanidad, pero aun habiendo evidencia de que las mujeres podemos lograr grandes cosas, es frecuente cuestionar las propias capacidades y restar importancia a los logros.

La falta de confianza en la propia capacidad personal es algo que toda mujer experimenta en algún momento de la vida. Para algunas es pasajero, para otras, es una compañera permanente que aparece en todo su esplendor a la hora de sentenciar cuanto les falta aún por aprender para llegar a donde quieren o incluso atreverse a pedir el sueldo que un hombre ganaría por hacer el mismo trabajo.

Sheryl Sandberg, Directora de Operaciones de Facebook en su libro Lean In (2013) reflexiona sobre las emociones que hacen de la autoconfianza un desafío. “El miedo se halla en la raíz de muchas de las barreras a las que se enfrentan las mujeres. El miedo a no gustar, el miedo a tomar la decisión equivocada, el miedo a llamar la atención por los motivos equivocados, el miedo a extralimitarse, el miedo a ser juzgadas, el miedo a fracasar y a ser mala madre, esposa e hija”.

Las creencias limitantes que fortalecen el miedo tienen una influencia cultural y se afianzan en estereotipos que nos han hecho creer que los hombres son buenos para unas cosas y las mujeres para otras, aunque la evidencia demuestre que no es así. Entonces el precio de no encajar en el estereotipo es muy alto. Por más que hoy en día la princesa Elsa de Frozen salga cantando “libre soy”, la mayoría crecimos con la tradición de los cuentos infantiles clásicos en los que vemos al valiente príncipe como héroe de la historia y a las figuras femeninas representadas por la bruja malvada o la damisela en apuros que alguien tiene que salvar. Entonces, ser autosuficiente, exigente, competente, atrevida, audaz, creativa y arriesgada sigue pareciéndose más al príncipe que a la princesa incluso en la cabeza de las propias mujeres lo que puede impactar negativamente el entorno en el que les toca interactuar. En este sentido, el reconocimiento de los logros en todos los campos de acción se vuelve determinante para el fortalecimiento de la autoconfianza de la mujer en sus capacidades y esto aún es una tarea pendiente.

Un ejemplo de ello son los premios Nobel. Si bien la cantidad de mujeres galardonadas se ha ido incrementando en los últimos años, de las novecientas diecinueve personas -sin contar organizaciones- que han recibido un premio Nobel entre 1901 y 2019 tan solo diecinueve mujeres lo han recibido por sus aportes a la física, la química y la medicina y en general, solo 53 mujeres han recibido algún Premio Nobel en los ciento dieciocho años que este lleva otorgándose.

Cuando una mujer tiene un mentor, la guía de la comunidad o alguien que crea en ella y sus capacidades, pasan cosas maravillosas como terminar calculando la ruta de vuelo para la primera misión de la NASA (1961) que fue el caso de Katherine Johnson o rompiendo el récord mundial de triple salto en superficie cubierta (2020) como pasó con la atleta latinoamericana Yulimar Rojas. Pero si ese no es el caso, aunque nadie crea aún, cada mujer tiene el deber de creer en su potencial, de apagar la voz interna que le dice que no puede, que no es buena, que no es capaz y comprometerse a intentar una y otra vez llegar a donde quiere, entendiendo que los errores tienen que ver con lo que uno hace, no con quien uno es. Y cuando surja la duda de que tan importante y trascendente puede ser nuestra contribución, solo hay que mirar la evidencia, a veces en la historia y siempre en la mirada de nuestros hijos.

Por Carmen Militza Buinizkiy
Gerente de Transformación Cultural de Olivia

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