4_IA vs. Humanidad La lucha por mantener nuestro propósito

Porque aún en tiempos de inteligencia artificial (IA), el propósito es más importante que nunca. Un homenaje a un concepto que está muy lejos de ser anticuado, trillado o haberse quedado en el tiempo. Todo lo contrario. 

Mucho se habla por estos días sobre la Inteligencia Artificial (IA), y con toda la razón: la IA apenas comienza a demostrar el impacto que tendrá en nuestras vidas, mucho más allá de nuestra vida laboral. Hace unas semanas, sin embargo, una charla del empresario Javier Recuenco en Málaga, España, me despertó la duda de si no nos estamos empezando a equivocar de rumbo al pensar en el futuro de nuestras empresas. El disparador fue una frase de Recuenco en su charla sobre el futuro del trabajo y, precisamente, la inteligencia artificial. En medio de su presentación, el empresario comentó: “Si nos dejan sin trabajo, nos dejan sin propósito. La falta de propósito nos deja sin sentido. Y la falta de sentido nos arrebata nuestra humanidad.” 

 A pesar de los muchos escenarios apocalípticos con los que se relaciona a la IA en el mundo del trabajo, yo particularmente no creo que ésta nos deje sin trabajo. Evidentemente, la IA traerá cambios, especialmente para quienes dependen de un proceso abierto y creativo en su trabajo. Sin embargo, es difícil imaginar que la inteligencia artificial le puede llegar a “sacar” trabajo al fontanero, al electricista o al panadero. El principal desafío que trae consigo la IA lo veo, en cambio, en un aspecto, del que nadie habla. Es el reto que supone la IA para el sentido del trabajo y, en particular, para las nuevas generaciones. 

No es ningún secreto que entre las generaciones Y (milennials) y Z (centennials) abundan hoy los problemas de ansiedad y depresión. Como nunca en la historia de la humanidad, los grupos de personas nacidos entre 1982 y 2009 acumulan casos de enfermedades mentales. Una de las razones las podemos encontrar en la forma en que estas generaciones “conectan” con otros. Acostumbrados a valerse de las herramientas cada vez más sofisticadas que provee la tecnología, y que se potencian aún más con las soluciones que ofrece la IA, como ChatGpT o las infinitas herramientas de traducción, edición y creación de contenido, las nuevas generaciones se relacionan a través de la tecnología. 

Por ejemplo, uno de cada tres jóvenes de 18 a 24 años declara síntomas que indican haber sufrido un problema de salud mental común, como depresión o ansiedad, frente a uno de cada cuatro en el año 2000, según la Fundación por la Salud con sede en Gran Bretaña. En EE.UU., en un estudio de 1000 individuos de la Generación Z, con edades comprendidas entre los 13 y los 25 años, más del 50% reconoce que pasa cuatro o más horas online por día. Para comparar: solo el 28% de todos los adultos estadounidenses hace lo propio, según comenta la investigación “Digital Methods for the Spiritual and Mental Health of Generation Z”, publicada en febrero de este año. En Alemania, en cambio, un 46% de las personas menores de 30 años sufren de problemas relacionados con la soledad, según una encuesta representativa de la Fundación Bertelsmann. Entre las razones: la creciente comunicación digital. 

En un mundo en el que hoy es casi imposible socializar, trabajar y obtener una educación sin la tecnología, la Generación Z está "siempre conectada". Nada perdura; todo cambia, todo el tiempo. Esto también se aplica a su relación con el trabajo: las nuevas generaciones se han acostumbrado a un mundo laboral que los encuentra siempre "entre empleos". 

No debe sorprendernos, entonces, que el trabajo haya perdido para estos jóvenes el sentido de propósito y autorrealización que podía tener para las generaciones anteriores. 

El riesgo de no tener su propósito definido es que perderían la razón para superarse, querer más, pero también para resistir, sostener una idea, un sueño, incluso contra viento y marea. En otras palabras, para superar la adversidad y el fracaso. Y es precisamente el fracaso el que nos enseña algunas de las lecciones más valiosas que necesitamos aprender en el mundo laboral, el cual que estaremos transitando a lo largo de quizás más de 40 años de nuestras vidas.  

 

Un motor que nos impulsa más allá de nuestros límites 

Es en este punto donde nosotros, como familias, junto con sus colegios, las universidades y, tal vez, nuestras empresas, estamos hoy más que nunca llamados a actuar. Y debemos hacerlo justamente desde el propósito, de su razón de ser. A quienes lo duden, los invito a pensar por un minuto: ¿cuándo fue la última vez que nos pusimos realmente a identificar, con alguien de nuestro entorno, su propósito en lo que hace o para qué lo hace? En cambio, estamos continuamente en piloto automático con respecto a ese propósito. Y la IA comienza ahora a acelerar ese vuelo rasante sobre nuestro presente. 

Si queremos que nuestras empresas sigan generando valor agregado en el futuro, dependemos tanto de la creatividad de nuestros colaboradores como de su resiliencia y de sus ganas de querer dejar su huella en este mundo. La fuerza para hacerlo radica en ese propósito, que es el motor que nos motiva a avanzar. 

Para activar esa capacidad, no hace falta ni convertirse en psicólogos ni mucho menos, como algunos podrían pensar. Para empezar, en nuestras empresas, se trata de comprender que quienes tienen que estar en el centro de todo lo que hacemos son las personas, incluso en el mundo de la IA que ya está entre nosotros. Esto implica comenzar a trabajar mucho más en el propósito de cada uno de nuestros colaboradores: primero, conocerlo, y luego, ayudar a definirlo y formularlo. Es en ese momento cuando volvemos a definirnos como personas. 

Ese desarrollo de la persona es lo que nos diferencia como humanos y nos hace especiales. Sin embargo, no termina con nuestra salida de la escuela o la universidad. Nuestra empresa no solo es parte fundamental de ese proceso, sino que también puede ser la gran beneficiada. Si nuestros colaboradores tienen -más- claro su propio propósito podrán conectar de una manera distinta y más genuina con nuestra organización. O, en caso contrario, incluso entender de forma temprana que nuestra compañía no es el lugar para ellos. En cualquiera de los dos casos, todos ganan. Nuestros colaboradores, porque pueden llegar a sentirse conectados con la empresa desde un lugar más personal, lo que les permitirá querer cubrir siempre la última milla; y nuestra compañía, porque logrará conectar de una manera más humana con las personas que la componen. Por lo tanto, la tarea de la empresa debería ser conservar esa humanidad, no arrebatárnosla, intentando seguir los mandatos de una tecnología que aún no termina de definirse. En ese sentido, animémonos a repensar nuestras organizaciones para que puedan ser más humanas y no solo más inteligentes. 

Por Claudio Ardissone, director de negocios de Olivia.

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