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Cuando la verdad se difumina, el liderazgo se redefine

En un presente donde la IA generativa fabrica realidades adulteradas, líderes y organizaciones enfrentan un desafío inédito: decidir con información cada vez más manipulable. El caso de deepfakes electorales en Argentina señala la urgencia de una nueva cultura organizacional.

El reciente caso de deepfakes durante las elecciones legislativas en Buenos Aires marca un inquietante punto de inflexión en la intersección entre información, tecnología y toma de decisiones. Lo ocurrido con los videos manipulados del expresidente y líder de la agrupación política PRO Mauricio Macri y la candidata Silvia Lospennato, supuestamente anunciando la renuncia de esta última y pidiendo votar por Manuel Adorni (candidato del oficialismo), no es solo un incidente político argentino, sino el preludio de lo que enfrentarán organizaciones y líderes globalmente en los próximos años.

La preocupación central de este suceso radica no solo en la sofisticación tecnológica desplegada, sino en la celeridad con la que estas falsificaciones pueden propagarse y el potencial impacto en decisiones organizacionales críticas. El timing de su difusión —precediendo un momento decisivo— no fue fortuito, sino que explotó la limitación del tiempo para la verificación y nuestra predisposición a validar aquello que confirma nuestros sesgos preexistentes.

Esta nueva realidad nos obliga a reconsiderar los pilares fundamentales de la toma de decisiones en el ámbito corporativo. Si la información que recibimos está sujeta a un nivel de manipulación tan elevado, ¿cómo pueden los líderes formular decisiones genuinamente informadas?

Lo acontecido en Argentina no representa un caso aislado. A nivel global, se observa una proliferación de esta tecnología con propósitos malintencionados. Desde las estafas telefónicas en Chile que emplean voces artificiales para engañar a personas mayores, hasta intentos de injerencia electoral en diversas latitudes, el denominador común persiste: tecnología avanzada utilizada para engañar y sesgar decisiones.

La velocidad como enemiga del criterio

La contemporaneidad se caracteriza por la primacía de la inmediatez. Sin embargo, paradójicamente, se torna imprescindible rescatar la frase: “Vísteme despacio que tengo prisa”. La urgencia informativa actual colisiona frontalmente con la necesidad de pausas reflexivas para la adopción de decisiones trascendentales.

En el ámbito organizacional, empresas que adopten decisiones precipitadas basándose en información no verificada podrían incurrir en costos significativos. La auténtica transformación digital no reside en la adopción de velocidades vertiginosas, sino en la implementación de procesos de validación ágiles pero rigurosos.

Como sociedad, resulta imperativo desarrollar nuevas capacidades cognitivas: verificar, validar y rastrear la fuente de información de manera reiterada antes de actuar. Las organizaciones que logran internalizar esta cultura de verificación múltiple son precisamente aquellas que mejor navegan la complejidad del entorno actual.

El paradójico retorno a la dimensión humana

Quizás la mayor ironía de este momento tecnológico reside en que la proliferación de la inteligencia artificial generativa podría impulsar una mayor búsqueda de contacto humano y fuentes verificables, en lugar de su disminución. En un escenario de potenciales falsificaciones, las relaciones directas y las fuentes confiables adquieren un valor renovado.

En las organizaciones innovadoras se manifiesta este fenómeno: a mayor digitalización, mayor es la necesidad de cultivar redes de confianza interpersonal que actúen como mecanismos de verificación. El contacto real y, en lo posible presencial, se transforma en el mayor aliado para relaciones de confianza.

La lucha contra la desinformación no puede recaer exclusivamente en regulaciones gubernamentales o en la buena voluntad de las plataformas tecnológicas. Existe una responsabilidad individual ineludible: ante información que nos resulta conveniente o genera una reacción emocional intensa, la tendencia a compartirla sin validación previa nos convierte en vectores involuntarios de desinformación.

Las organizaciones que fomentan un sentido de responsabilidad informacional entre sus colaboradores son aquellas que edifican culturas resilientes a la manipulación y al pánico.

Ante información de dudosa procedencia, en ocasiones la decisión más prudente es la inacción. En un entorno donde la misma tecnología utilizada para deepfakes electorales puede emplearse para fraudes bancarios o extorsiones, la pausa reflexiva se erige como una herramienta estratégica.

Las culturas organizacionales exitosas están integrando lo que podría denominarse “momentos de duda estructurada”: espacios deliberados para cuestionar la información recibida antes de tomar cualquier medida.

Una nueva alfabetización digital

La verdadera transformación que necesitamos como sociedad va más allá de aprender a usar nuevas herramientas; implica desarrollar un escepticismo saludable y una capacidad crítica renovada. El lema “pongamos todo en duda” no debe conducir al cinismo paralizante, sino a una verificación activa y constructiva.

Las organizaciones que prosperarán en este entorno serán aquellas que, además de adoptar nuevas tecnologías, inviertan en cultivar el pensamiento crítico de sus colaboradores y en establecer protocolos claros de verificación informativa.

Sin ir más lejos, varias herramientas de Inteligencia Artificial indican claramente frases del tipo “XXX puede cometer errores. Verifique las respuestas”. ¿Cuán seguros estamos que las personas en nuestras organizaciones, realmente verifican?

El caso de los deepfakes en las elecciones porteñas nos deja una lección clave: la tecnología avanza más rápido que nuestra capacidad para adaptarnos culturalmente a ella. Cerrar esta brecha es quizás el mayor desafío de transformación cultural que enfrentamos, tanto en las organizaciones como en la sociedad en general.

La próxima vez que recibamos información impactante en nuestro feed, recordemos hacer una pausa, respirar profundo y preguntarnos: ¿De dónde viene esto? ¿Quién lo respalda? ¿He verificado su autenticidad? En esa pausa reflexiva podría residir el futuro de nuestras organizaciones.

Por Marcelo Blechman, socio de la consultora OLIVIA.

 

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