Paula De Caro

Volver a la tribu: el acto de liderazgo más revolucionario

Prevalecerán los líderes que comprendan que nuestra supervivencia como especie dependió de nuestra capacidad de crear redes y construir comunidad.

Escrito por
Paula De Caro

Socia en Olivia. Especialista en transformación cultural, comunicación integral, pensamiento estratégico, diseño y facilitación de dinámicas grupales y gerenciamiento de proyectos.

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Vivimos tiempos en los que el liderazgo mundial parece estar concentrado en manos de quienes lideran en función de agendas personales, desde el ego, a partir de amistades, de miradas absolutas y sesgadas. 

Un mundo en manos de personas que miden su fuerza, que se autoproclaman pacifistas, que no respetan al que piensa diferente. Un mundo que necesita de una mirada conciliadora, pero se encuentra preso en una dialéctica de blancos o negros.

Parecería que siempre tenemos que definir un lado. ¿De qué lado estás? ¿Por qué tengo que definir un lado? ¿Por qué tengo que ponerme esa etiqueta? ¿Y si estoy de acuerdo solo en parte? ¿Y qué si cambio de opinión? No hay quien resista un archivo.

Lo preocupante no es solo la ausencia de diversidad en los espacios de poder —aunque basta con mirar cualquier foto de las principales negociaciones geopolíticas o de los foros empresariales para constatarlo— sino algo más profundo: estamos ante líderes que no solo no habilitan la mirada diferente, sino que la castigan, la denostan, la degradan. Generan contextos sumamente inseguros para que aparezca alguien que ose contradecirlos o que ose hacer una pregunta incómoda.

No hay miradas honestas, no hay lugar para el encuentro, para entendernos parte de un mismo problema, para extender una mirada compasiva. Dependiendo del lado que estamos humanizamos o deshumanizamos al otro. La comunicación nos muestra “una realidad”, no necesariamente es “la realidad”. Y cuanto más abstracta sea la persona, más difícil es conectar de forma sincera, genuina, desde reconocernos vulnerables, no importa el lado del que estés.

Y esto tiene consecuencias concretas. Frente a los problemas complejos a los que nos enfrentaremos —y de los cuales no tenemos ni idea cuáles serán—, necesitamos diversidad de pensamiento, de experiencias, de miradas. La diversidad no es solo una cuestión de inclusión de minorías, sino el insumo necesario para la innovación. Cuando perfilamos equipos y organizaciones con personas todas iguales, del mismo estrato social, con las mismas experiencias, en cuanto aparezca un cisne negro no tendremos las herramientas para abordarlo.

La biología de la conexión

Hay algo que Simon Sinek explica brillantemente en su libro Leaders Eat Last: el ser humano es la especie más débil al nacer. Nacemos totalmente vulnerables, dependemos de otro para sobrevivir. Sin embargo, logramos convertirnos en la especie dominante en la Tierra. ¿Cómo? Porque tendemos redes. Porque somos comunidad.

Estamos diseñados biológicamente para estar con otros, para el cuidado del otro. La serotonina nos conecta con el orgullo y el sentido de pertenencia. La oxitocina es la hormona de la trascendencia, del amor, del ser parte de algo mayor. Estas hormonas “sociales” son las que nos hacen bien, las que nos permiten crear vínculos genuinos.

Pero hoy vivimos pendientes de la dopamina del logro inmediato, de la validación instantánea, del scroll infinito. Y peor aún: estamos constantemente liberando cortisol, la hormona del estrés que se dispara ante situaciones de amenaza. Cuando el cortisol se mantiene elevado, se inhibe nuestra capacidad de conectar con otros. El discurso de división constante, la sensación permanente de estar bajo amenaza, hace imposible constituir redes de confianza.

El liderazgo que necesitamos

Según el Foro Económico Mundial, las habilidades más necesarias hacia 2030 serán netamente humanas: creatividad, curiosidad, inteligencia emocional. Lo técnico es lo primero que se reemplazará con inteligencia artificial. Entonces, ¿por qué nos alejamos cada vez más de aquello que nos hace únicos?

La oportunidad está en volver a la tribu. No a la tribu de 2800 “amigos” en redes sociales, sino a la capacidad humana original de crear espacios donde las personas se sientan seguras, escuchadas, valoradas. Donde puedan ser vulnerables sin ser castigadas. Donde la diversidad de pensamiento sea vista como fortaleza, no como amenaza.

El mundo necesita un cambio. Y, en todo proceso de cambio, la manera en que los líderes de turno ejercen su poder es clave. ¿Cuál es la intención detrás de sus decisiones y acciones?

Los líderes que comprendan esto —que el liderazgo está al servicio del bien común, con interés genuino por las vidas de las personas— serán quienes tengan las herramientas para navegar la complejidad que viene, bajo un liderazgo consciente. Porque cuando se presenta una crisis que cambia las reglas del juego de un día para el otro, como fue la pandemia, la cercanía con la gente, la empatía y la diversidad de miradas se vuelven la única ventaja competitiva real.

Somos todos falibles, la clave está en la intención. Cuán transparentes y sinceros somos en nuestras intenciones determina la posibilidad de reconocernos falibles, de conectar con otros, de construir vínculos a largo plazo. Y en tiempos donde todo nos empuja hacia la abstracción y la distancia, elegir la conexión humana genuina es, quizás, el acto de liderazgo más revolucionario.

 

Por Paula De Caro, socia de Olivia.

 

Liderazgo Organizacional
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