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Una charla imaginaria con el genio universal sobre la innovación, sobre los límites y cómo afrontarlos para proyectarnos al futuro desde el valor y la experiencia.

Leonardo Da Vinci representa la innovación en su mejor expresión. Lo pude confirmar, una vez más en una reciente visita al Museo de Leonardo Da Vinci en Florencia. Entre muchos otros objetos y obras de arte, Leonardo diseñó lo que prometía ser la primera máquina voladora; un puente desmontable; una sierra automática; una draga para liberar las vías acuáticas de fango y lodo y, claro está, el primer carro autopropulsado, una suerte de “tatarabuelo” de nuestro automóvil actual. Llegó incluso a idear un equipo para calentar el agua, utilizando lentes cóncavas, generando una suerte de primera fuente “energía renovable”.
 

Con la experiencia de los dos últimos dos años a cuestas, el reencuentro con su obra me hizo entender aún mejor por qué Da Vinci es quizás uno de los mejores ejemplos de una mente que nunca aceptó los límites de su tiempo. Supo proyectar máquinas, ideas y conceptos que marcaron el futuro de la humanidad durante varios siglos hasta el día de hoy. Todo en un mundo que, si bien comenzaba a animarse a explorar lo desconocido, no necesariamente estaba abierto a ideas provocadoras, disruptivas. Sus inventos apuntaban a facilitarle la vida a sus contemporáneos. Pero, , por otro lado, las máquinas de Leonardo llegaron a ser consideradas una amenaza por las gremios de artesanos y fabricantes de su época. Se temía que pudieran reemplazar a las personas de forma similar a lo que sucede con la inteligencia artificial en nuestros días.

Varios son los paralelismos con nuestra época. Será por eso que, frente a la imagen de su Ornitóptero -la máquina voladora-, me animé a cuestionarme cómo vería Leonardo nuestro tiempo. Paso seguido, nos imaginé compartiendo un café en plena Piazza degli Uffizi.

Gabriel Weinstein.- Leonardo, demasiado tiempo sin verte. No te imaginas la cantidad de cosas que cambiaron nuestra vida en los últimos tiempos. Y no lo digo por el doloroso reto que nos supone la primera pandemia del siglo XXI, algo que no debe sonarte muy extraño. Me refiero sobre todo a los cambios producidos en estos años y que te fascinarían. Imagínate: hoy tenemos monedas virtuales; coches autónomos; viajes de ocio hacia el espacio exterior; desde tu casa natal en Vinci podemos controlar una línea de producción en el Lejano Oriente; estudiamos y nos comunicamos a través de una pequeña pantalla; podemos producir carne, harina y vegetales artificiales que saben tan bien (o mejor) que los originales… y hasta podemos crear vida. 

Pero lamentablemente también hay bastante de que avergonzarnos. Por ejemplo, que por nuestras ansias de consumir estemos literalmente quemando la fuente de oxígeno que nos permite vivir en este bello planeta además de que un 10% de la población mundial esté pasando hambre. Estamos claramente en una encrucijada y tenemos que redefenir nuestro rumbo y volver a aprender en un contexto más que desafiante. Por eso, me alegra tanto haberte encontrado y poder consultarte.

Por ejemplo, ¿cómo supiste crear el espacio para aprender, cuando la salida de la norma podía ser castigada, incluso hasta con la pena de muerte? Si bien hoy, pensar distinto no conlleva la pena máxima, sí perduran aún demasiados entornos que castigan el error en vez de incentivar el aprendizaje. ¿Cómo lo harías?

Leonardo Da Vinci.- En un principio, lo que aprendí es que pensar distinto exige audacia. Y como bien dices, nuestra naturaleza suele tener como máxima prioridad preservar ese lugar seguro que habitualmente llamamos statu quo. Sin embargo, lo nuevo nunca surge de allí. Pero para pensar “fuera de la caja”, como creo que decís ahora, os tenéis que dar el permiso a equivocarse. Sin el error no hay aprendizaje. Yo tuve la suerte de tener dos cosas a mi favor. Por un lado, mecenas que me dieron ese espacio, tanto en lo financiero como en lo físico. Por otro lado, viví una época, como la Florencia de los Medici, marcada por las ansias por saber, explorar, aprender. Esos tiempos -no por nada son parte del Renacimiento-,  pusieron las bases para todo lo que pude hacer después.

Pero hubo otras experiencias que tuve que hacer a escondidas, como fue el caso de mis estudios de anatomía. Recuerda que, en mi época, la preservación del cuerpo humano estaba todavía protegida por la Iglesia. También mis numerosos inventos, especialmente mis artilugios mecánicos, fueron siempre un trabajo de prueba y error que debí ocultar hasta que logré mostrar su valor. No hay otro camino. En resumen: el entorno para crear y probar cosas nuevas requiere de espacios nuevos y reglas distintas; no sucede en nuestro día a día. La buena noticia que tengo es que la genialidad no es algo innato o de genes. Es algo que se puede buscar y trabajar.


GW.-
 Desde tu propio camino de aprendizaje, ¿qué nos recomiendas para trabajar con nuestros equipos la innovación en momentos de tanta incertidumbre como ahora, que suena similar a la etapa que tú viviste?

LDV.- Primero, entender que la verdadera innovación nunca es un camino en solitario, sino que requiere de un equipo y es fruto del trabajo de ese equipo. Como líderes, debemos fomentar ese sentimiento colaborativo por encima de todo. Justamente en épocas inciertas, como me mencionas, el equipo permite explorar a un menor coste y más allá de la incertidumbre que nos pueda rodear. En segundo lugar, tener siempre presente, que, como creadores y colaboradores, necesitamos de tiempos muertos también en tiempos de inestabilidad. Mi cuadro “La Última Cena” es un muy buen ejemplo de ello. Aprendí que, cada tanto, mi mente necesita ver otras cosas para que, en su vuelo pueda descansar y realimentar el proceso creativo. El líder que no entiende estos espacios, rápidamente se enfrentará a equipos cansados y desmotivados. Y tercero, seguir la buena regla del “lo perfecto es enemigo de lo bueno”. En el siglo XXI consideráis “La Mona Lisa” como mi mejor obra. Pues, es bueno recordar que nunca llegué a terminarla porque hasta el lecho de mi muerte pensé que tenía que perfeccionarla.  Mi consejo sería llevar al equipo a desafiarse constantemente, pero también saber cuándo poner fin a una etapa creativa.


GW.-
 En tu época, estuviste rodeado de grandes cambios pero también de grandes líderes. ¿Qué conclusión sacaste en materia de liderazgo para ser mejores líderes en estos tiempos de cambio?

LDV.- Uno muy importante es no darse por satisfecho nunca, cuestionarse y transmitir la pasión por el aprendizaje personalmente y a la vista de todos. Solo así nuestros equipos se sentirán empoderados para hacerlo también. Otro consejo, que comprobé en mi vida personal, es rodearse de personas de distintos mundos. Por ejemplo, entre mi círculo íntimo hubo matemáticos y economistas, como Luca Pacioli, que fue un precursor del cálculo de probabilidades; el médico y especialista de anatomía, Marcantonio della Torre; mi querido Nicolás Machiavello, que en tus días es considerado el padre de la Filosofía Política. Incluso con Miguel Ángel , a quien consideráis mi rival, pude entablar una relación que nos permitió aprender el uno del otro. Con esto quiero decir que no debéis quedaros con lo seguro. Animaos como líderes a acompañar a vuestros equipos a lugares donde los intereses se cruzan. Es en esas intersecciones en donde la creatividad y lo nuevo florecen.

Otro de los puntos que aprendí es que en una época en la cual la información florece y se enriquece, esta se puede aprovechar para desafiar vuestras propias creencias. Eso es algo que un líder jamás debería dejar de hacer: validar sus propias opiniones con información objetiva y de manera constante. Más aún, en una era como la del siglo XXI, con los niveles de acceso a la información que me comentáis.

Hasta aquí llegó mi charla imaginaria con el maestro. El interactuar con su legado me recordó que en este tiempo complejo y caótico que estamos atravesando, las mejores enseñanzas están al alcance de la mano. No necesitamos de iluminados que nos marquen el camino como líderes y como organizaciones. Con lograr mirar y escuchar a quienes nos precedieron, podemos encontrar varias de las repuestas más útiles que siguen tan vigentes como en su época. Para Leonardo no sería más que sentido común.

 

Por Gabriel Weinstein, Managing Director de OLIVIA para Europa

 

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